¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Baños

ANTONIO Baños, el actual enfant terrible de la política española, nos cae bien. No es una boutade ni una gruesa ironía. Es, simplemente, un sentimiento ingobernable, como nuestro gusto por las marchas militares y las milongas de Zitarrosa. Un líder de la muy extremista CUP que cosecha los piropos más encendidos del thatcherismo mediático español y que tiene la lucidez de afirmar que ser catalán "es un infierno por tener que soportar a un ser como Pilar Rahola hasta en la sopa" merece, al menos, una sonrisa. Además, los que hacemos los periódicos debemos ser siempre agradecidos con aquellos personajes que facilitan titulares y Baños es una auténtica fábrica. Nuestro preferido: "El capitalismo es como el calimocho, con la edad resulta insoportable".

A Baños le pasa lo que al infierno de Borges, que por excesivo resulta inverosímil. Tanto que, a veces, parece el producto de una inteligente y maquiavélica operación del CNI para desactivar cualquier peligro de revolución en el solar catalán. Su independentismo y su radicalismo social son tan mecánicos y sobreactuados que más parecen gags que argumentos. Como muchos representantes de la imprevisible izquierda outsider, concibe la acción política como una actuación, lo cual, pasada la carcajada, puede llegar a hastiar. El líder de la CUP, antes que como un político al uso, se nos presenta como un cómico intelectual en el que confluyen las tradiciones libertarias y libertinas de las calles de Barcelona, falsa capital del seny. Su sobrevenida confluencia con el independentismo catalán sólo se comprende desde su adolescente irreverencia y su desprecio hacia lo establecido. Para él, nieto de anarquista y falangista, la emancipación del Principado no es un objetivo en sí mismo, no es una misión sagrada, sino un medio más para alcanzar una utopía social tras la cual, muy probablemente, se encuentre una vez más el monstruo de las pesadillas. A estas alturas, la burguesía catalana ya se ha dado cuenta de lo mucho que se está acercando al precipicio que ella misma ha alentado a construir.

Mientras Mas siempre está intentando poner cara de "estoy fundando la patria", Baños se pasea por los platós televisivos soltando soflamas con desparpajo, divirtiéndose con su gamberrismo político. Su triunfo es imposible y, por eso, intenta gozar del presente. Sabe que es el compañero ideal para una cena regada de vino y carcajadas, pero no para un gobierno con un mínimo de sensatez. Sólo Mas, el gran desesperado de la política española, lo quiere a su lado.

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