Llegará el día en el que los mítines se conviertan en objetos de museo, en olvidadas herramientas políticas que en su día sirvieron pero que ahora, en los tiempos que corren, se han convertido en inútiles baños de irrealidad en la que los líderes políticos se enjabonan rodeados de no siempre fieles partidarios que hacen un paréntesis en sus cuitas internas para apoyar incondicionalmente, por lo que pueda ocurrir tras las urnas, a su candidato preferido. Le pasó en Cádiz esta semana a Pedro Sánchez pero se puede aplicar a cualquier partido. Antes, en los albores democráticos, los mítines eran concentraciones públicas abiertas, muy abiertas y masivas, pero ahora son reducidos, sólo van los militantes y en ellos el líder se siente arropado, aplaudido y elevado a ganador en este baño de irrealidad, casi aislado del mundo, en el que ellos nadan sin riesgo. Con razón huyen de los debates.

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