SON días de banderas. Es una dinámica. Los republicanos españoles, que son muy de su bandera, la han sacado de paseo con entusiasmo desde que llegó la democracia y ahora con más razón, en el ínterin entre un rey y otro. Y han llamado la atención con bastante éxito. A alguien sin mucho seso se le ha ocurrido improvisar unas manifestaciones en sentido contrario, convocadas por las redes sociales como si Twitter fuese una varita mágica. El escaso eco de alguna de estas muestras de fervor monárquico demuestra que no fue una buena idea.

Para más inri, en Sevilla, donde coincidieron dos concentraciones de signo opuesto, un muchacho con su polo blanco y sus zapatos deportivos rojos y azules subido a una columna parecía simular un disparo con la mano hacia los republicanos. A ver si nos dejamos de bromas. Estas cosas hay que desautorizarlas de raíz: las guerras de banderas se saben cómo empiezan, pero no cómo terminan. En todo caso, un servidor prefiere colocarse en la posición de George Brassens en la canción La mala reputación. ¿Recuerdan?, al protagonista ni le levantaba la música militar, ni le gustaba seguir al abanderado. Se puede hacer extensivo el pensamiento a cualquier tipo de enseña. Perdón por la insistencia, pero muy por encima del color de las banderas están la democracia, el empleo, la honradez y el Estado de bienestar.

Pero son tiempos de cambio. Tanto, que estamos en una espiral. El Rey deja la corona, Rubalcaba deja la jefatura socialista y Melanie Griffith deja a Antonio Banderas. Son días de Banderas. En un comunicado conjunto la pareja Banderas-Griffith dice un montón de cosas políticamente correctas: que se separan con cariño y amistad de forma consensuada y que se guardan mutuo respeto. Eso sí, Melanie le ha pedido a Antonio dos pensiones, joyas y una serie de activos. La actriz norteamericana, que va por su cuarta separación matrimonial, se ha buscado de abanderada a una abogada experta en la materia, que ya divorció a otras divas del cine como Angelina Jolie o cantantes como Britney Spears.

También son tiempos de dudas. La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, deshoja la margarita de la jefatura vacante de su partido. El objetivo lo tiene fácil por el entusiasmo que genera entra sus filas, pero el paso supone correr muchos riesgos y desatender sus funciones actuales. En los 80, Hernández Mancha quedó abrasado en pocos meses en el ascenso de presidente andaluz a jefe nacional de AP. Y sin embargo a Anguita le fue bastante bien en la misma operación dentro del PCE/IU. Tengo la convicción personal de que a Díaz ha tomado la decisión de arriesgar, pero prefiere despejar el camino antes. Si lo hace le resultará difícil compatibilizar ambos cargos. Y además, la bandera que tendrá que enarbolar tampoco es cómoda. Más bien, de rosas y espinas.

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