EN estos momentos nuestra clase política se parece a esas grandes manadas de ballenas que se empeñan en lanzarse de cabeza contra una playa, aunque los bañistas y los guardacostas hagan todo lo posible para evitar que mueran sin remedio. ¿Por qué lo hacen? En el caso de las ballenas nadie sabe muy bien por qué, aunque se habla de pequeñas desorientaciones causadas por la inclinación del fondo marino, o de condiciones meteorológicas que las despistan por completo, o incluso de un extraño instinto de sacrificio colectivo que las impulsa a arrojarse en grupo contra la playa. En el caso de nuestros políticos la cosa es más difícil aún de entender. ¿Sufren un repentino ataque de tendencias suicidas? ¿Se les ha contagiado un virus desconocido? ¿O es tan sólo un incontrolable ataque de pánico? No lo sabemos. Pero el caso es que todos parecen embarcados en la misma navegación fatídica contra los acantilados y las playas, donde todos van a morir sin remedio si no son capaces de cambiar el rumbo a tiempo.

Sólo así se puede entender que ni el PP ni el PSOE hayan sido capaces de acordar un gran pacto contra la corrupción, pero no un mero catálogo de propósitos que todo el mundo sabe que nadie va a cumplir, sino un programa concreto de medidas que se vayan a tomar en un plazo fijo y con todas las garantías legales. Pero en vez de hacer esto, lo único que hacen es pelearse y acusarse el uno al otro, procurando escurrir el bulto de sus propias miserias y haciendo todo lo posible por intentar culpar al otro de todo lo malo que ocurre. Es una estrategia suicida, pero que incorpora una curiosa novedad, como si las ballenas que van de cabeza hacia la playa también se estuvieran atacando a bocados mientras nadan hacia su final. Y el público, por supuesto, no hace como los guardacostas y los bañistas de Florida, sino que los anima para que sigan nadando y se queden varadas de una vez por todas en la arena.

Si no fuera porque está en juego el escasísimo bienestar que nos queda -que también puede irse a tomar viento si este país se vuelve ingobernable-, todo esto que está pasando sería hasta divertido. Ese político, Granados, que parece más cutre y más zafio que los personajes de Torrente, esos políticos catalanes empeñados en celebrar un referéndum que hasta en Kazajstán sería considerado "poco democrático", o esas acusaciones histéricas entre náufragos que se están ahogando o que no van a tardar en ahogarse: todo, en fin, da mucha risa. Si no fuera porque también da mucho, mucho miedo.

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