De toda la vida los balcones en Cádiz se han usado para poner la bombona de butano y la caña del país. Algunas mujeres, cuando no estaba bien visto que salieran a la calle solas, pasaban el tiempo viendo pasar a la gente desde el balcón o su versión noble, el cierro, unos de reja normal y otros de eso que llaman "buche de paloma" que según contaban era para que las mujeres no tuvieran obstáculos con el miriñaque. Con el tiempo se puso gas natural, se extendieron las cañas americanas y se usaron los balcones para los aparatos de aire acondicionado, llegaron "Los que fuman en el balcón". "Si tú tuvieras ventana, te cantaría mi odisea, pero resulta paisana, que vives en la azotea". Cuando en diciembre de 2001 inauguramos el edificio de la Asociación de la Prensa dijimos "será tu balcón" con la idea de que lo poníamos a disposición de los ciudadanos. Luego El Balcón terminó como nombre a la sección de ecos de sociedad de Ignacio Casas. Ahora se ha descubierto como la única forma de relación social, motivo por el cual la gente ha empezado a conocer a sus vecinos, tras los aplausos de las 20 horas o las caceroladas contra unos u otros Se ha conformado un sector de población que podríamos llamar balconistas, los fanáticos de los balcones, que pasan las horas muertas mirando las calles vacías o escrutando el vuelo de las aves. Locos porque lleguen las 8 de la tarde para aplaudir y permanecer un rato de amena cháchara con el vecindario. Los balconazis, que se dividen en los chivatos de toda la vida solo que asomados al balcón y los artistas que abusan de tener una audiencia cautiva para atronar a la concurrencia aporreando una guitarra acompañados de una voz desagradable, por no hablar de los que ponen marchas procesionales a toda pastilla para molestar o los que cascan regatón ensordecedor (calle Beato Diego con Manuel Rancés). Luego estamos los balconófagos, los que no nos asomamos al balcón de ninguna de las maneras. Somos los escasos asociales que quedamos, una especie a extinguir, como los cotorras argentinas a las que ya no se las oye y las palomas, que no tienen a Purita y sus mariachis para que les den de comer. Esa es la experiencia que tenemos tras el arresto domiciliario al que el Gobierno y el Parlamento nos han confinado. Cuando se disipe el humo de la pólvora la mayoría será más sociable, no consentiremos más recortes en Sanidad, seremos más amables con nuestros vecinos y se habrá reducido la población de palomas a unos límites aceptables, asquerosos para algunas.

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