Cuarto de Muestras

Balcones

Todos guardando un hogar interior con su lenguaje propio y su mensaje invisible

Siempre me ha gustado mirar hacia arriba cuando voy paseando por la calle. Las fachadas de los edificios antiguos, los campanarios de las iglesias, los balcones de las casas barrocas rematados por techos de pizarra bajo un escudo desgastado; los geranios alegrando las terrazas y pregonando vida, la ropa blanca tendida en los barrios más humildes, las persianas sucias de las casas cerradas, el secreto que esconden los cierros acristalados, los juguetes de un niño apilados en una esquina, la bombona como reclamo para que la vea el butanero y suba la de repuesto, el azulejo pequeño y desportillado de una virgen proclamando una devoción de familia, un toldo desvencijado en un piso viejo, el olor a potaje o a puchero que se escapa junto al silbido de una olla a presión, un anciano medio dormido o medio despierto sentado al sol. La vida íntima que se imagina tras los visillos que se levantan levemente con una corriente de aire. La cantinela de una radio repitiendo todo el día las mismas noticias. Las tulipas de cristal alumbrando la noche.

Mirar los balcones del norte cerrados a las inclemencias del tiempo y los del sur abiertos al sol y a la calle y a la gente. En Barcelona, los balcones líricos de Gaudí, escaparates de la burguesía, ondulantes, con flores de hierros forjado, teselas y antifaces. En Toledo, el adorno solemne para las colgaduras del Corpus. En Cuenca, el milagro de la gravedad y el desnivel. En la plaza de Salamanca, el lugar perfecto para ver pasar la vida. En La Maestranza, mantillas y pañuelos blancos celebrando la Fiesta. En Ronda, el vértigo de la belleza. Todos guardando un hogar interior con su lenguaje propio y su mensaje invisible.

En los cuadros antiguos los balcones abarrotan las plazas mayores. Los juegos de cañas y lanzas, los carros triunfales, las bodas reales, son una exhibición social de ropajes, escudos y reposteros. En la pintura de Hopper las ventanas y balcones retratan la soledad de la vida moderna, mirando hacia dentro, sentándonos sobre una cama de un hotel frío pensando en Dios sabe qué.

Hoy los balcones han cobrado protagonismo. El del aplauso de agradecimiento, el del desfogue, el de la huida de la soledad y el aislamiento. El del encierro cívico. El punto de luz de esta larga noche. Nos piden salgamos al balcón. Pero como en los cuadros de Hopper la vida, el milagro, la ausencia, el valor, el sacrificio y el miedo, están dentro. Muy dentro.

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