Ser o no ser

Nadie nos va a convencer de que vimos en el Palau de la Generalitat a los alcaldes con las varas levantadas

Alto, alto. Imposible saber de todo pero sí, al menos, distinguir entre lo que es y lo que no es algo. Las consecuencias son otra cosa. Quiero decir que nadie nos va a convencer de que no vimos en el Palau de la Generalitat a los alcaldes que fueron con las varas levantadas, como lanzas. Ni al entonces Molt Honorable Puigdemont declarar extinta la Constitución de los españoles y proclamar la República catalana. ¿De acuerdo? Pues a eso el Tribunal Supremo lo llamó sedición. Que en el Código Penal vigente en ese momento, pues de un delito gravísimo se trataba, exigía una sentencia de muchos años. Ahora sabemos de un modo claro que una cosa es el delito y otra la pena. Y que un delito puede desaparecer del Código Penal y, por lo tanto, la pena aparejada. Lo ontológico sería otra cosa. Lo digo por la existencia de los hechos al margen de lo que se defina o no se quiera definir. Es como esto que nos piden, que sepamos el suficiente Derecho Comparado para establecer lo que las diversas constituciones europeas exigen para la sedición o si esta existe o no en sus Leyes. Perdón, ojalá pudiéramos saber de todo, no es posible. Y por ello deberían evitarnos la confusión de que el portavoz del Gobierno diga algo, sobre el particular, diametralmente opuesto a lo que hemos oído de portavoces de la Oposición. Deberíamos plantarnos: ¿la sedición existe como hecho o es un modo de llamar, según qué intereses, al intento de fractura de un Estado, la ruptura de su unidad nacional y la pérdida de la soberanía, que reside el pueblo en el constitucionalismo español desde la Constitución de Cádiz de 1812? ¿Han encontrado otras palabras para sustituir la sedición? No, es evidente, han inventado otro concepto, algo así como 'alboroto agravado'. Como si fuéramos tontos, tontos del bote. Vamos, ni siquiera entro en la almoneda en sí misma, sólo el concepto me preocupa, y sus consecuencias. La sedición es o no es, he ahí la cuestión. Quienes juegan a dioses de sí mismos, saben que lo que no se nombra no existe. Que es lo mismo pero al revés. Y ello trae consecuencias serias. Como la revisión de sentencias sobre materias que han desaparecido. Se reconstruye, de algún modo, el principio desde el final, un modo fraudulento de argumentar. El intento cuadragésimo de encontrar una armonía con lo insaciable del nacionalismo, que va en su ADN. Y para el que vale todo menos lo que el Estado está obligado hacer para su defensa. Que nunca puede ser el ridículo. Queda recorrido todavía para iluminar este esperpento, presidente.

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