El Puerto Accidente de tráfico: vuelca un camión que transportaba placas solares

Como ellos me han llorado tanto de bebés, ahora es mi turno. Lloriqueé a mis hijos: "No tengo ni idea de qué escribir mi artículo…". Carmen propuso, resignada: "Pues habla otra vez de nosotros y de esta hora nuestra de trabajo por las tardes". No lo veía. En realidad, no veía ni eso ni nada, porque también había echado mis buenas seis horas de clase con mis alumnos por la mañana. Estaba hecho polvo, pero quería hacer un análisis deslumbrante de cualquier noticia bomba.

Decidí, para no desesperarme, tumbarme a leer. Época de idiotas me pareció un título perfecto: para mí. Su autor, Armando Zerolo, recoge que, según Hans Urs von Balthasar, "la teología de la historia nos da una lección por encima de cualquier otra: el sentido de la historia no nos pertenece". Justo lo que yo aspiraba (¡ja!) revelar en mi artículo imposible: el sentido de la historia. Ahora recordé el Evangelio, cuando Jesús advierte que el que esté en la terraza no baje a buscar sus cosas al interior de la casa; y que el que esté en el campo no se vuelva atrás. O sea que cada uno siga a lo suyo.

Repensé la propuesta de artículo de mi hija. Era más fina de lo que creía. Porque resulta que nos aplasta la actualidad, con esos gaseoductos que explotan en el mar y esas declaraciones surrealistas de las grandes autoridades del mundo, que te hacen preguntarte en qué manos estamos, y estos conflictos sin fin; pero lo nuestro es dedicar con los niños una hora al día al silencio, el estudio y la lectura. Como quien está en una terraza, y no se baja así se hunda el mundo. También me llamó la atención la atención de mis alumnos a mis clases y al temario esta mañana, con la de cosas que están pasando fuera. No sabía cómo agradecérselo sin parecer demasiado friki demasiado pronto. Ellos están, como quien dice, con su arado, y no se vuelven atrás. No hay por qué entenderlo todo y mucho menos hablar de todo si no lo entiendes. Otro día más descansado ya intentaré abordar las teorías conspiratorias de unos y de otros, a ver si soy capaz de vislumbrar adónde se encamina el mundo.

Pero mientras tanto quiero cantar a la paz de conciencia de hacer cada uno lo poco que debe y de estar donde está. Epicteto lo tenía clarísimo. Inútil preguntar al adivino por las consecuencias de lo que tienes que hacer, porque, si es tu deber, tendrás que hacerlo sean cuales sean las consecuencias. Más tranquilidad (y más chulería) imposible.

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