La Zona Franca sigue gafada. En las últimas dos décadas, ha sido antes noticia por los grandes fiascos, que por los proyectos ilusionantes. Y en esas seguimos, ahora que ha trascendido que la planta de Torrot para fabricar los famosos velocípedos cuelga de un hilo. Han sido tantas las decepciones, y somos en Cádiz tan dados a la profecía autocumplida, que la mayoría ya asiste al duelo del enésimo proyecto industrial que muere antes de nacer. Razones para el escepticismo, todo sea dicho, no faltan. El Ministerio de Industria, que en 2017 ofreció a Torrot un crédito blando de más de 8 millones, a través de los famosos fondos Reindus (el programa de incentivos a la inversión industrial), le ha cortado el grifo en favor de la planta de la misma marca en Girona, dándole nones a nuestra provincia. La Junta, con la que contaban los inversores desde el minuto uno, de la mano de la Agencia IDEA, parece lavarse las manos. Ni el Ayuntamiento ni la Diputación saben qué decir. Para más inri, el fondo de capital riesgo Black Toro, también promotor del plan, no parece dispuesto a quemarse en el intento. Y así está más que justificado tanto recelo. A la misma clase dirigente que salió en la foto de la presentación en la Zona Franca con sus mejores galas, felicitándose por su visión para atraer inversiones, ahora se le pega la lengua al paladar cuando le preguntan por Torrot. Públicamente no salen de la palabrería hueca. Pero por lo bajini, como si la cosa no fuera con ellos, casi todos dicen que lo temían.

Como es natural, las mismas dudas que residen en aquellos que mostraron su enorme sonrisa a las cámaras, ya han calado entre la sociedad. No hay un gaditano que presuma de estar bien informado, que no diga que esto ya lo vio venir el mismo día de la inauguración. El mismo día, por cierto, que un alto dirigente socialista masculló, mientras sonreía a las cámaras, que Torrot, la marca que se exhibe en la camiseta del Cádiz, es puro humo. "Ya lo veréis", vaticinó en tono redicho. De locos.

La reciente venta del 60% de GasGas y la planta de Girona a KTM no hizo sino confirmar lo que ya intuía todo el mundo, pese a que en realidad no tenga por qué ser vinculante. Pero cuando la firma austriaca dejó claro que su inversión nada tenía que ver con Cádiz, sonaron las alarmas, porque el propio fondo parece no ver clara la viabilidad del proyecto gaditano. En otras provincias, los ciudadanos preguntarían qué pasa con la inversión y el empleo. ¿Y con las ayudas? Pero estamos en Cádiz y ya nos las sabemos todas. Aquí pueden quedarse con todo el oro del mundo, pero nunca podrán decir que no lo vimos venir. Aunque sea mucho lo que está en juego, parece que nos sobra el dinero y que nos basta con deslizar que Torrot pone muchas excusas porque lo quiere todo en bandeja. Así dejamos claro que ya nadie tiene licencia para darnos coba. Y si mañana, por una treta del destino, resulta que la planta industrial de Cádiz se convierte en una realidad, también tendremos la respuesta correcta. Diremos que nadie ha dicho esta boca es mía. Porque de hecho, nadie parece preocupado, ni se pregunta qué pasa con lo que nos prometieron. Es más fácil reírnos de nuestras miserias. Y esto es lo que hay.

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