Imagínense que estamos en uno de esos grupos de ayuda, me levanto y les digo: "Confieso que he participado en un montón de barbacoas". Cuando algo se mete dentro de tu rutina anual se deja de ver lo que hay más allá. En el mismo tono de la reunión tengo que decirles que mi punto de vista cambió el día que la fiesta se alargó más de la cuenta y al amanecer en compañía de otro amigo hicimos el camino de vuelta a casa por la playa. No es que antes fuéramos inconscientes y no supiéramos cómo quedaba la playa, pero hasta que no ves cómo queda el campo de batalla, no alcanzas a comprender la barbaridad que cometíamos año a año. Eran tiempos de muebles en la arena, de gente durmiendo rodeada de basura, de sillas de ruedas abandonadas. Aquel día fue el de decidir que había que desengancharse de esa supuesta tradición de cada agosto. Ya este año ni siquiera está la tentación de recaer. Hasta nunca.

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