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Azul

En todo caso, no conviene sublimar un ayer que hoy sabemos mucho más modesto que la España actual

Ayer mismo lo contaba aquí Francisco Andrés Gallardo: vuelve Verano Azul, la vieja serie de Mercero que entretuvo nuestros ocios infantiles, en el año mismo del golpe de Tejero (ahora, con tantos golpes, hay que especificar a cuál nos referimos). El caso es que La 2 repone la serie de Chanquete y Julia, no sabemos si por escasez presupuestaria del Ente, o por reblandecer el corazón, ahora víscera coriácea, de quienes entonces contábamos con una decena de años y hoy pertenecemos a esa mediana edad, aún apetecible como vivero de votos. Sea por lo uno o por lo otro, lo cierto es que Verano Azul fue una serie donde algunos aprendimos a añorar la canícula, y donde los grandes temas de la vida: el amor, la muerte, el profundo latido del misterio, se ofrecían a un público infantil, acaso menos infantilizado, o puerilizado de distinto modo, del que hoy vivaquea por la orilla del agosto.

No vamos a hacer sociología de aquella España. Aunque sí cabría señalar que, para ser un país de fascistas, según se nos dice ahora, parecíamos gente bastante normalita, tirando a permisiva, voluntariosa y democrática. Uno recuerda, no sin apuro, los discursos aleccionadores de Chanquete y Julia, dos adultos sin hijos, que ilustraban a la muchachada veraneante sobre los sinsabores y enigmas de la vida. ¿Sería esto posible hoy? Me refiero a que un grupo de niños fuera a su arbitrio, en bicicleta, acompañándose de unos desconocidos, ya talluditos, algo moralistas y extravagantes. ¿Sería esto verosímil ahora? Uno tiende a pensar que no. Y que tenemos una consideración del mundo algo más estrecha que en aquella España en bañador, hija de la estrechez, la abnegación y el infortunio. En todo caso, no conviene sublimar un ayer que hoy sabemos mucho más modesto que la España actual; aunque se trate, precisamente, de una España que empezaba a alejarse, a buen paso, de las penurias pasadas.

Parte del sencillo encanto de Verano Azul quizá se deba a esa idealización de la clase media, que veranea y sueña y se enamora junto a la vasta hoguera del estío. La privanza del chiringuito no era menos que esa enigmática entrega del paisaje con que la vida parece decirnos algo que tal vez no diga. Y tampoco el amor era un amor desesperado y trágico, sino una ofrenda melancólica, hecha a los altos dioses del verano. En cuanto a Julia, en cuanto a Chanquete, no era tanto la dura enseñanza de la muerte, como el venero de la vida, su honesto y cordial disfrute, lo que acaso aprendimos.

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