El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Cádiz. cat

javier / ríos

Azul, blanco y verde

UN padre, una madre y un hijo en una isla azul, blanca y verde. Azul, blanco y verde son ellos también. El padre, azul como la inmensidad del mar y del cielo visto desde el acantilado de Es Vedrà. El padre tiene los ojos claros y ha dedicado toda su vida a entregarse con inmensidad a trabajar y a levantar a su familia. Con días claros y días nublados. Con mala mar y mar en calma, como todo en la vida. Pero ahí está ese hombre azul, sentado sobre unas piedras al borde su propia inmensidad. Con su mujer blanca y su hijo verde. Tranquilo, pausado y creo que feliz en este momento mágico en la isla que, de manera inesperada, le parece mucho más inmensa de lo que se figuraba cuando la veía en el mapa del tiempo. Hay casitas blancas por doquier y sierras verdes de pinos hasta donde la vista alcanza. Se diría que su mujer y su hijo lo esperaban aquí para acompañarlo en este primer viaje de esta nueva etapa de su vida. La última etapa.

La madre blanca estira el cuello como un hermoso cisne y apunta con la barbilla a la inmensidad azul de la vista ante ella, cerrando los ojos y dejándose acariciar por la brisa fresca que sube del mar. Parece que esa brisa sea la llamada de su hombre y que ella quisiera lanzarse a ese azul, a esa grandiosidad: nadar en ese mar, volar esos cielos... O quizá simplemente acompañar sosegadamente a su marido en todo lo que queda del viaje, flotando en ese punto mágico y equilibrado que es el horizonte: el punto donde se tocan los dos azules. El sol comienza a bajar, despuntan los naranjas del crepúsculo pero hay aún mucho azul y mucho blanco por vivir hasta la deliciosa puesta de sol de la isla. Larga vida a esta pareja Azul y Blanca.

El hijo verde es un pino y los mira desde un poco más atrás, admira la belleza de la estampa: su padre azul, su madre blanca y la roca mágica de Es Vedrà. Tiene raíces repartidas por Cádiz, Granada, Berlín, Marrakech y Barcelona y otros lugares bellos para enraizar. Este hijo es inquieto y algo alocado, como si viviese un constante temporal interno de Tramuntana. Un pino verde que, ante la escena sublime que tiene ante sí y al borde del acantilado de su vida, desearía plantarse aquí para siempre y alimentarse de la tierra, el sol, la lluvia y el azul y el blanco del amor de sus padres.

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