ME perdonarán que, aprovechando el debate de Rubalcaba y Rajoy, hable hoy de nosotros mismos. Y que lo haga para asombrarme del papel de los periodistas. Primero, un irreprochable profesional como es Manuel Campo Vidal se ve constreñido a ser un mero otorgador de los turnos de palabra e introductor de los temas. Luego, el pasmo: más de 600 profesionals se acreditan en el centro de congresos para seguir un cara a cara que podrían haber seguido desde la redacción o, si me apuran, desde su casa. Los candidatos entran y salen pasando al lado de una nube de fotógrafos y redactores que le lanzan preguntas a voz en grito, muy al estilo americano, a los que los interpelados responden con monosílabos o inexpresivas frases. Luego, varias horas después del inicio del espectáculo, informadores, cámaras y técnicos recogen sus blocs, sus flashes y sus cables y se van llenos de nada.