Autocensura del Carnaval

Han modelado agrupaciones arquetípicas. Casi todas cantan los mismos temas y centran las críticas en lo fácil

Existe un debate filosófico sobre la autocensura en el Carnaval de Cádiz. Aquellos temas que no se cantan o modifican, por el miedo al qué dirán. En los tiempos del franquismo era por miedo a la censura. Ahora es por miedo a la censura de lo políticamente correcto, a los inquisidores de las redes sociales, a los nuevos pontífices que deciden lo que es bueno y malo. Así han modelado las agrupaciones arquetípicas. Casi todas cantan los mismos temas y centran sus críticas en lo fácil, en los políticos que no se quejan, sobre todo en la Familia Real y en Rajoy, quizás en Susana Díaz, que están más lejos que el alcalde. O en Trump, que no le va a poner una querella al Selu por imitarlo.

También fomentan un Carnaval para que lo entiendan los foráneos. Con Internet y las redes sociales, las agrupaciones llegan a cualquier lugar y lo tienen en cuenta. Por otra parte, unos toleran las críticas mejor que otros. En Cataluña, desde los tiempos de Jordi Pujol, se sabe que las encajan muy mal, como se vio con los ataques a 'La familia Verdugo' por mofarse de Puigdemont. Y, como se sabe eso, y más, algunos se cogen los repertorios con papel de fumar.

Se está perdiendo la picaresca y la picardía del Carnaval, que ya practican pocos. Los temas sexuales picantones se miran con lupa, por si molesta a estas o aquellos, o los acusan de machistas, homófobos, guarros, o lo que sea. Y se está olvidando que hay unos límites, y que pueden ser graciosos en esas materias sin caer en el bastinazo. Eso ha pasado siempre: la sal fina y la sal gorda.

Se trata de distinguir entre la broma, la crítica y el insulto. Los insultos y los bastinazos se deben quedar fuera del Carnaval. Pero el problema actual consiste en que las críticas y las bromas (que son la esencia de esta fiesta) se confunden con los insultos. Así ocurrió con lo de Andreíta, que ha exigido unos privilegios, en base a un supuesto derecho que no tiene ni la Reina de España. Y puede que alguien se enfade si lo critican o le gastan una broma (a cualquiera le gusta más un elogio), pero la voz del pueblo es así, y no hay que tomarlo al pie de la letra.

Por el miedo al qué dirán se pueden cargar el Carnaval del siglo XXI. Curiosamente, hay más remilgos cuando más libremente se puede opinar. Así estamos llegando a esas agrupaciones arquetípicas, que se mueven en los mismos límites, que cantan sobre los mismos temas, que critican a los mismos personajes, que son previsibles en sus repertorios, y que han renunciado a ser lo que fueron. Por culpa de la autocensura y de lo políticamente correcto.

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