la esquina

José Aguilar

Artur Mas en su laberinto

NO sé en virtud de qué mecanismo mental o psicológico la megalomanía de algunas personas crece en proporción directa a las dificultades que sus proyectos encuentran en la cruda realidad. Debía ser al revés, pero es así: en vez de asumir que se han pasado, se crecen y suben el listón. Van construyendo una épica a la altura de sus desvaríos.

Miren a Artur Mas, un gobernante mediocre -a tenor de su gestión cercana a la catástrofe- que ha sido capaz, sin despeinarse, de oponer la legitimidad de una manifestación callejera que él ni siquiera encabezó a la legitimidad democrática que le llevó a presidir la Generalitat. "Estamos ante la operación política de mayor envergadura en trescientos años", dijo ayer, al inicio de la campaña electoral, insensible a los contratiempos que está sufriendo su desafío independentista.

Parece como si las dificultades objetivas, lejos de volverle pragmático y prudente, le hicieran más radical. Quizás lo que ocurre es que crea que mientras más obstáculos le saltan al paso más intensa es su condición de líder mesiánico y más favorecido aparecerá en su retrato para la Historia (con grandes mayúsculas). De sus recientes viajes a Moscú y Bruselas, deudores de la pretensión de "internacionalizar el conflicto" entre Cataluña y España, ha salido más bien trasquilado. Ninguneado por ministros y comisarios, quizás haya comprendido que, hoy y mañana, esto suyo está condenado a ser en Europa un "asunto interno" de un Estado que se llama España. Por no hablar de Estados Unidos o de China...

Como asunto interno, el proceso independentista ha sufrido reveses sin cuento. La hostilidad manifiesta de los dos grandes partidos nacionales (PP y PSOE) no es el menor de ellos, porque significa que la aventura, si siguiera, tendría que encararse por las bravas, por encima de la Constitución. Como para pensárselo. Su socio de gobierno Duran Lleida ha plegado velas desde la Diada, cuando la pasión y el populismo sofocaron su moderación. Tampoco es baladí la confirmación, por activa y por pasiva, de que la Cataluña independiente quedaría fuera de la UE y conminada a llamar a una puerta que sólo se abre con la unanimidad de sus 27 miembros. Lo cual garantiza un periodo largo y duro de empobrecimiento de la nación catalana antes de alcanzar la ansiada, e hipotética, arcadia feliz del Estado nuevo que, guiado por Mas, atravesará con éxito las turbulentas aguas que agitan desde ya sus enemigos felones y expoliadores. A los grandes empresarios y financieros de Cataluña no les hace muy felices esta perspectiva.

El presidente y candidato a Moisés del siglo XXI se huele algo: quiere convocar el referéndum soberanista aunque Cataluña quede fuera de la UE, pero ya insta a la sociedad catalana a hacer "una reflexión final" sobre la conveniencia de la consulta en ese caso.

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