Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

En su España invertebrada, Ortega y Gasset identificaba tres problemas esenciales que impedían la vertebración de la sociedad española: el particularismo, la acción directa y la aristofobia. Ninguno de ellos, quizá solo con la excepción del paréntesis de la Transición, ha dejado de estar presente en el siglo y pico que cumplen sus atinados razonamientos. Del particularismo sirvan de ejemplo las tensiones territoriales que sigue sufriendo nuestro país. Acaso también la bipolarización de un pueblo cada vez más atrincherado. De la acción directa da noticia el uso creciente del exabrupto como arma política, la maldita fe en la presión social como sustitutiva del debate democrático y hasta la violencia física que despunta en las calles.

Sin disminuir la importancia de ambos, quiero hoy reflexionar sobre el tercero, sobre la aristofobia, un mal secular en una tierra que siempre prefirió a los peores. Como denunciara Ortega, continúa faltándonos una minoría dirigente e ilustrada, capaz de tomar decisiones eficaces. Dicen los expertos que se trata de un fenómeno específicamente español, aunque en esta hora ilógica parece universalizarse. Sea como fuere, aquí enraizó desde antiguo y modeló nuestra incomprensible historia. Por una extraña y trágica perversión, señala el filósofo, los españoles detestan a todo hombre ejemplar. En cambio, añade, suelen dejarse conmover por sujetos infames que se ponen al servicio de los instintos multitudinarios. Esa ausencia de gobiernos ameritados ha creado en la masa una ceguera que le impide hacer distinción entre el hombre mejor y el hombre peor, "de suerte que cuando aparecen individuos privilegiados, la masa no sabe aprovecharlos y a menudo los aniquila".

Basta con repasar la nómina de nuestros líderes para descubrir la actualidad de su argumentación. No entiendo exacto el centrar la causa en las miserables estructuras partidistas que siegan sin piedad la excelencia. Tampoco, en el miedo de los poderosos a la valía de sus subordinados. Me convence más esa fobia, tan constante y tan hispana, a lo sobresaliente, el ahínco con el que la masa reniega de quien osa destacar. Jamás hemos permitido que nos guíen las élites del pensamiento y de la ciencia. En la España de hoy, permanece siendo amargamente cierta la afirmación de Camus: "la política y la suerte de la raza humana son formadas por hombres sin ideas y sin grandeza". Así nos va y, me temo, así nos irá.

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