No sabemos si se llamaba Filípides, Eucles o Tersipo, pero se cuenta que un ateniense recorrió velozmente la distancia entre Maratón y Atenas para anunciar que el ejército griego había vencido a los persas. Parece que, después de correr los míticos 42.195 metros de distancia entre las dos ciudades, el mensajero exhaló su último aliento pasando inmediatamente a la Historia, aunque haciéndolo tan tímidamente que ni siquiera tenemos claro su nombre, ni si realmente corrió y ni si en verdad lo hizo entre Maratón y Atenas o entre Atenas y Esparta. Detalles aparte, este humilde y casi anónimo individuo consiguió dar nombre tanto a una prueba deportiva basada en la preparación concienzuda y el esfuerzo como, por sorprendente que resulte, a todo lo contrario, es decir, a pasarse un buen número de horas apoltronado en el sofá, debajo de una manta, para zamparse de sopetón varias temporadas de una misma serie.

El maratón de series o el binge-watching define un nuevo comportamiento sociocultural de importantísimas consecuencias. La primera y que más debe preocuparnos es que el consumo de series es inversamente proporcional a la mejora de los niveles de compra de libros y lectura de la población. Es muy sencillo: no hay tiempo para todo y las imágenes se comen las letras a puñados sin que el cerebro se inmute. La segunda es que, realmente, se trata de una forma de consumo algorítmica y de masas: las plataformas eligen los temas más populares, organizan los contenidos con un exclusivo sentido comercial, diseñan las series para que no haya solución de continuidad entre los capítulos e, incluso, generan un significativo rubro personalizado en el que se supone que ya han adivinado lo que más le va a gustar al espectador. Por haber visto dos noches seguidas un capítulo de Unorthodox, Netflix comenzó a meterme en esa sección todo tipo de series y películas de pésima calidad sobre religiones, papas y sectas, lo que denotaba, desde luego, que la propia plataforma no se había enterado de qué iba, en el fondo, su propia serie.

Tantas ganas de prever y cosificar a las personas me ponen en guardia. Más aún saber que este tipo de plataformas proponen acelerar el visionado para que se puedan ver más series en menos tiempo: me suena a comida rápida o a ropa de usar y tirar. Para colmo, estos atracones generan en mucha gente efectos tremendamente temerarios: por ejemplo, la estulticia de aquellos que hoy día ya están seguros de que conocen a fondo la historia de los zares, del thatcherismo o de Marco Polo porque se han tragado tres temporadas de serie en un fin de semana. Es para tentarse la ropa.

Una cosa es tomarse de higo a breva una hamburguesa de la marca del payaso y otra muy distinta alimentarse solo con lo que suministra el payaso y, sobre todo, comiendo siete veces al día.

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