Cuando las fronteras se subrayan, los que creemos y sentimos que el sitio en el que has nacido no es más que una casualidad nos desdibujamos. Nacer unos kilómetros más acá o más allá no te otorga poderes especiales. Ni eres más listo, ni más gracioso, ni más impresentable porque hayas nacido en un rincón determinado. Los sentimientos de reconocimiento y pertenencia son, además, construcciones culturales. Yo soy de Cádiz, por ejemplo. Podría ser de Burgos: todo lo gaditano me es ajeno. No soy de Cádiz. Soy de Port Isaac, de Dunkeld, soy de Donegal. Soy de donde quiera que me he sentido feliz y arropada, y da la casualidad -nuevamente- de que esas coordenadas están muy alejadas, física y sentimentalmente, de las coordenadas que habito. Pienso que es una suerte, en cualquier caso, tener esas patrias sentimentales, a mitad de camino entre lo real y la entelequia. Refugios absolutos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios