Desde pequeño escuché: "Anita ha heredado el talento de su padre, de Pepe Marín". Y yo lo hice dogma, aunque años más tarde tuve muchas oportunidades de comprobarlo a través de sus creaciones, de sus iniciativas... a través, en fin, de su vida.
Pero Ana Marín nos demostró muchas cosas y marcó muchos caminos. Ahora que tanto necesitamos a los emprendedores, recuerdo cómo Anita cogió al toro de su empresa por los cuernos y lo levantó con las dos únicas armas posibles: con entrega y con talento. La primera en llegar a la fábrica y la última en irse; ésa era parte de su estrategia.
Frente a la Chiclana del "pelotazo", Anita seguía echando horas y horas en su fábrica, dando tijeretazos a los encajes, palpando y diseñando las telas de los vestidos que llevarían sus muñecas, sin desdeñar un detalle, pendiente de todo y de todos.
Hoy me tengo que acordar de Maite y Ana, sus nietas. Cuántos abrazos se van a perder, cuántos besos de una abuela sabia y cariñosa. En la memoria tengo todavía el catálogo de "Menta y Canela", a eso olían sus muñecas, un catálogo donde sus nietas también estuvieron presentes como parte de sus creaciones.
También sus abrazos sinceros, sus besos de ánimo sentidos de verdad. Anita era, es y será la imagen de la ternura para sus más allegados. Yo también la sentí. Ahora pienso en ella, en sus ojos claros de los Marín, para los que no encontró color la paleta de Agustín Segura.
En estos momentos de despedidas, me gustaría coger de nuevo tu mano, tus manos de artesana, de artista, de madre, de costurera, de sastrecilla valiente; manos de amor, de entrega, de solidaridad y de ternura. ¡Qué palabras tan extrañas para algunos!
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