Desde mi cierro

Pedro / g. Tuero

Andrés o la dignidad

Porque ante tanto disloque, tanta convulsión o la hecatombe que se nos avecina, todavía queda la esperanza de aquello que aún merece recordar. Una situación política, la de hoy, de la que no sabemos cómo vamos a salir. Donde los intereses personales y partidistas o sectarios predominan por encima de las necesidades y penurias de la paciente ciudadanía. Pero aún quedan aquellos recuerdos, digo, que pueden llegar a convertirse en nuevas esperanzas, memorias de esas personas que pasaron por nuestra particular política municipal y dejaron la extraña huella de la dignidad o la honradez atestiguadas. En un mundo como éste en el que se lleva todo lo contrario. Donde ya queda muy poca memoria, y el olvido, en consecuencia, se adentra en la raíz del desprecio que luego desgraciadamente se ramifica y nos embarga.

Por todo ello, me dolió tanto cuando leía el pasado lunes en este periódico la noticia del fallecimiento de Andrés Ruiz Pizones. Y no porque hubiésemos tenido una amistad grande e intensa, sino que, el tiempo que lo traté, más cercanamente, en aquella legislatura municipal a finales de los noventa, me pareció, y siendo ambos de diferentes partidos, una persona entrañable, muy honrada y entregada a su pueblo. Por esto, no debe extrañar a nadie todo el tiempo que dedicó a su Isla -unos veinte años- como concejal, con una abnegación extrema y con una pasión inusitada. Un verdadero isleño -de los que ya quedan pocos- que llevaba su andalucismo por bandera, una bandera siempre desplegada y en todo lo alto, un andalucista de verdad que supo imprimir ese carácter a tantos compañeros y ciudadanos. De ahí, ese agradecimiento de este pueblo, que ya se lo demostró en vida, al rotular una calle con su nombre, circunstancia única y sorprendente en los tiempos que corren. Evidente testimonio de gratitud también en su multitudinario entierro, donde sus familiares y amigos comprobamos ese enorme sentimiento de esta Isla -a la que quiso tanto- por su pérdida. Ceremonia de despedida tan triste como emocionante, y tan adecuada y propicia para esa estimada persona que se nos iba. La música coral y las palabras del sacerdote oficiante fueron suficientes y bellos sustentos para mitigar y dulcificar ese trance por el que todos, los que te apreciábamos y quisimos, pasábamos, y, particularmente, su esposa, hijos y hermanos. Ya en esas palabras que el sacerdote le dedicó, reflejaban perfectamente su personalidad: un hombre honrado, trabajador, gran persona y un político bueno. Pensando que estos eran los calificativos más exactos y rotundos para definir a Andrés, aunque yo añadiría la dignidad. Cualidad hoy desconocida por desaparecida. Porque así lo creo.

Acordándome, apreciado Andrés, de aquella anécdota que te refería y que era manifiesta, al asegurarte que tu segundo apellido pasaba desapercibido e ignorado por muchos, que, por aquello de la semejanza fonética o por ese arrojo y valentía, de los que no carecías, en aquellos famosos hermanos que acompañaron a Colón en su importante gesta, los "pinzones", te convertiste en Andrés Pinzones para tantos, y tú te reías.

Pero la muerte a algunos, como a ti, aún más los engrandece, aunque te marchaste tan temprano. Ejemplo y testimonio de verdadero isleño, de andaluz y de la dignidad personificada. Y todo por culpa de esa puta enfermedad que a tantos arrastra y despoja de la vida. ¿Por qué?

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