La tribuna

Emilio A. Díaz Berenguer

En Andalucía no pudieron

EL balance entre ganadores y perdedores en las elecciones andaluzas del pasado 22 de marzo no se puede hacer sin tener en cuenta las expectativas depositadas por cada partido para su incidencia en el futuro ejecutivo de la Junta de Andalucía. La no separación de los poderes ejecutivo y legislativo en la normativa electoral española tiene la nefasta consecuencia de que los ciudadanos no pueden decidir directamente sobre el Gobierno que desean, que queda en manos de los candidatos electos y de los intereses de las organizaciones políticas.

Nuestra legislación electoral está pensada para la alternancia entre dos partidos mayoritarios, dificultando, objetivamente, la formación de gobiernos de coalición. En el Estado, y a pesar de no haber obtenido siempre mayorías absolutas, ni PSOE, ni PP, han gobernado con otros partidos desde 1978. En los gobiernos autonómicos ha habido coaliciones gubernamentales, pero siempre han acabado como el rosario de la aurora, causando daños irreparables a los minoritarios. En Andalucía el PA prácticamente ha desaparecido y entre el PSOE y Podemos le han hecho la cama a IU, a pesar de su más que estimable colaboración para que los socialistas no cayeran en tentaciones neoliberales.

El margen para la valoración de unos resultados electorales es tan amplio que prácticamente ningún partido admite haber perdido, pero la realidad, esto es, la cuota de poder alcanzada para formar gobierno o para controlarlo desde las cámaras de representantes, se acaba imponiendo. Una cosa es ser el pepe grillo en un parlamento y otra muy distinta poder desarrollar un programa político propio o poder condicionar la aplicación del suyo al grupo mayoritario.

Ninguno de los partidos alcanzó su objetivo en la elecciones andaluzas, salvo Ciudadanos, que logró unos resultados hinchados gracias al derrumbe de las expectativas demoscópicas de Podemos, que dejó por el camino los votos conservadores que los ciudadanos le habían prestado en las encuestas. A Podemos le ha votado, casi exclusivamente, la izquierda ideológica, quebrando así la estrategia centralista de los líderes máximos del partido. Aunque haber logrado 15 escaños es un éxito a todas luces, de acuerdo con su apuesta se han estrellado contra la potente maquinaria electoral del PSOE andaluz y una recalcitrante ideología conservadora de la derecha andaluza que ha hecho de tripas corazón y ha preferido castigar al PP, votando a un partido cuya casa madre está en una de las nacionalidades históricas, pero que les garantiza que nunca caerá en veleidades progresistas.

Los votos a Podemos proceden de IU y del PSOE, así como de otros ciudadanos que difícilmente les volverán a respaldar una vez que hayan pasado a ser un partido más de la casta política. Es tanto el miedo de los dirigentes de Podemos en España a enseñar sus cartas que en las próximas elecciones locales aflorará el localismo mediante una sopa de siglas que podría suponer un río revuelto en beneficio de pescadores interesados.

Hoy por hoy, Podemos y Ciudadanos no han llegado para quedarse, como afirma la mayoría de los politólogos. Si el voto del ciudadano siempre es prestado, en el caso de los partidos emergentes lo es, además, en precario. Hasta ahora, son dos plataformas de electores cabreados con PP, PSOE e IU. Sólo el ejercicio del poder podría abrirles la senda de la consolidación, pero no creo que en Andalucía el actual grupo mayoritario vaya a facilitarles las cosas en este sentido.

El batacazo del PP representa un varapalo para la política desarrollada por el partido a nivel estatal, pero los electores también han dejado claro que nunca gobernará mientras no suelten el lastre del grupo ideológico más conservador que sigue controlando este partido en Andalucía.

En cuanto a IU, le ha llegado la hora del ser o o no ser. No puede seguir padeciendo el síndrome de Estocolmo con Podemos y debería fijarse una estrategia para iniciar una senda como un partido de izquierda capaz de presentar alternativas para una democracia más participativa.

Aunque las guapas, Podemos y Ciudadanos, envidien la suerte de la fea, PSOE, tampoco a este partido el electorado le ha puesto las cosas fáciles. Una potente mayoría relativa, sí, pero también una sangría de votos que no ha conseguido parar y una encrucijada sobre la que decidir a la hora de formar gobierno. A partir de ahora, a los socialistas no le valdrán sus obsoletas formas de hacer, siempre detrás de los acontecimientos, sino que deberán liderar una verdadera y sostenible alternativa progresista. Si no lo logran, el final de sus victorias electorales en Andalucía estará a la vuelta de la esquina. La primera prueba de fuego, una vez constituido el Gobierno, serán los presupuestos 2016 de la Junta de Andalucía.

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