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Yo te digo mi verdad

Amnesia democrática

Una de las misiones de los dirigentes dignos debería ser que los países no olvidaran ni ocultaran su historia

Que la memoria democrática, en realidad toda la memoria, es necesaria lo demostrarían las indignas palabras pronunciadas semanas atrás en el Congreso por Pablo Casado. Como les gusta decir a sus señorías para darle más importancia y gravedad a sus asuntos, "en sede parlamentaria" el líder del Partido Popular se permitió hacer un ejercicio deliberado de amnesia histórica equiparando las razones de la República legítima con las de los golpistas que trajeron casi cuarenta años de dictadura. Que todo lo que ayude a paliar esa amnesia es bueno debería ser meridiano, y que a muchos les moleste es un síntoma de enfermedad social. Que ex ministros (no cualquiera) como Camuñas asuman un papel negacionista diciendo que en 1936 no hubo un golpe de Estado es otro síntoma de lo urgente que es que todos conozcamos la historia de este país.

Hay quien dice que estos asuntos no preocupan o, peor aún, no interesan a nadie en España. A mí, en cambio, me parece que eso sería lo verdaderamente preocupante, aparte de falso: que a nadie le interesara. Si siguiéramos criterios demoscópicos, a lo mejor llegábamos a la conclusión de que lo que más importa de verdad a la gente de este país son los 'problemas' de la familia Pantoja.

Sin embargo, una de las misiones de los dirigentes dignos debería ser que los países no olvidaran, ni ocultaran su historia, por dolorosa que sea. O quizá precisamente por esto último.

A los que piensen que estudiar, interpretar correctamente la Guerra Civil y la dictadura, sacar conclusiones y arbitrar reparaciones es reabrir heridas, les invitaría a que me dijeran lo que piensan de que Alemania mantenga abiertos y como monumentos explicativos los campos de concentración que albergaron el Holocausto, si piensan que eso es mantener las heridas sangrantes, o más bien lo contrario.

El Valle de los Caídos debería sufrir esa misma resignificación. Tal como fue concebido y está ahora, es un agravio a los vencidos, y mantener a Primo de Rivera en lugar destacado perpetúa esa desconsideración. Y por qué no plantearse, por mucho que pueda dolernos, la retirada de la orden religiosa que lo dirige y de la gran cruz, que representa la victoria y supremacía irreconciliable de una concepción moral sobre otra. No sería mal gesto que la propia Iglesia Católica, que entonces, se puso decididamente a favor del bando rebelde fascista, fuera quien lo pidiera... Déjenme soñar.

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