La jornada de reflexión lo fue más que nunca. Lo que debería haber sido un día para pensar en el voto se convirtió en una amarga resaca de lo ocurrido en Mondragón. Hay quienes defienden que a fuerza de repetirse, uno acaba acostumbrándose a las malas noticias, como si ya el dolor ajeno fuera un invitado más a la hora del almuerzo mientras los telediarios escupen una tragedia tras otra. Pero no es así. O no debe serlo. Por más disparos a bocajarro que hayamos vivido, siempre es dramático ver cómo se pierde una vida inocente. La muerte de Isaías Carrasco a manos de ETA no fue menos dolorosa que la primera víctima de la banda armada. Me niego a sentirme anestesiado ante la pena por más repetida que esté. Y veo en los hijos de Isaías a los míos. Y en su mujer. Y en sus padres. Todos haciéndose la misma pregunta: ¿Por qué? Y es cuando uno lamenta compartir el mundo con tanta alimaña que anda suelta.

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