Por montera

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Álvaro Costa

ME he enamorado. Desde que le conocí tengo un permanente temblor en mis brazos que me llega hasta el corazón cuyo latido sobrevive alterado. Padezco una sucesión de suspiros que tratan de calmar la agitación que permanece en mi pecho. Tengo ganas de recurrir al llanto y creo que se debe a la pureza de sus pensamientos demostrada por su arrolladora simpatía contrapuesta a la fragilidad física que padece. Él, contrasta con todos los horrores de la vida a los que deja en lo más imprescindible e innecesario frente a su realidad. Se llama Álvaro, tiene 9 años y hablé con él el pasado jueves en mi programa de TVE. Le invito a que lo vea a través de rtve/lamañanadela1. En la amniocentesis que durante el embarazo le realizaron a su madre los médicos no dieron trascendencia a que el bebé venía con las piernas muy curvadas por lo que ya nació con los fémures partidos. Desde entonces a Álvaro se le rompen los huesos con demasiada facilidad así que ni se acuerda de la cantidad de veces que ha estado escayolado pero sí de las seis operaciones a las que se ha sometido. Álvaro es moreno y su rostro, sonriente. Su voz aguda y discurso lleno de sorna gallega. Le pregunté qué enfermedad padecía y me definió los huesos de cristal sin la mayor trascendencia a pesar de que hay juegos infantiles que le están vetados. Su disciplina es la de un adulto así como su sensatez y sentido común. Quizá por eso Álvaro no piensa en ser futbolista o astronauta de mayor sino juez del Tribunal Supremo para acabar con los malos. Y no tengo ni la más absoluta duda de que lo conseguirá. Pero, tengo ganas de llorar porque él ha calado en mí la inocencia, la ausencia de rencor que estrellar contra la vida por lo perra que, a veces, es. Por la generosidad que derrocha al vivir en medio de una férrea disciplina diaria para hacer sus esenciales ejercicios de fisioterapia. Álvaro sonríe al dolor, le hace muecas ascendentes a su hiperlaxitud, enseña sus cicatrices con más orgullo que las costuras de un torero, y se baña en una sensacional fantasía con sus quehaceres familiares. Ir a pasear a El Corte Inglés los fines de semana, en su relato, suena a unas paradisiacas vacaciones. Álvaro es un tipo sensacional, tan brillante que, de manera inusual, arrancó el aplauso de todos mis compañeros que seguían nuestra conversación en las televisiones de la redacción. Sus primeras palabras, solo con las de su saludo, detuvieron su trepidante trabajo para mirar a la pantalla. La carcajadas eran constantes y la ovación en nuestra despedida fueron absolutos. Álvaro nos ha enamorado a todos. No se pierda la oportunidad de conocerle. También a un futuro juez del Tribunal Supremo que acabará con los malos como ahora sentencia sus tristezas: con el ejemplo de la inocencia de un niño, singular, que hará historia. Álvaro Costa.

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