Tengo una relación unidreccional con las algas. Las odio. No llego al punto de un amigo de mi hijo pequeño (ya no es pequeño) al que en días de algas transporté en decenas de baños hasta el interior del mar y me explicaba su aversión a un elemento que, decía, se pegaba a su piel con el fin de introducirse en su interior y convertirlo en un ficus. No sé, quizá tenía razón. Y es cierto que hay días que me siento un ficus. Ahora hay un acuerdo intergubernamental para declarar las algas de tarifa, que vienen del Pacífico, como invasoras. Estúpido de mí, pensé que todas las algas eran invasoras (y los ficus). Pero al tiempo el chef del mar coge las algas y las convierte en ensalada. Además, hay un plan para convertir las algas invasoras en cremas faciales o no sé qué, con lo que puede materializarse el terror del amigo de mi hijo y que el ficus humano domine el mundo como ya domina el Congreso.

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