EL ALAMBIQUE

Alejandro / Barragán

Albertismo

ALBERTI, en mi cabeza, es una pelambrera blanca, un rostro marcado por los exilios con la Bahía en el horizonte y una repetitiva gaviota que vuelve cada otoño. Una figura que emerge de los libros del colegio, junto a Lorca y sus socios de parranda, para hastiar a los escolares con una eterna jornada de homenaje. Un fetiche para algunos profesores de literatura chovinista y un demonio para otros, que lo mencionan de pasada en sus clases. Una imagen quieta, inconfundible y con cierto misterio que se engancha al cerebro del estudiante mientras éste es obligado a memorizar y recitar alguno de sus más cargantes y empalagosos versos (casi siempre los mismos de la primera etapa). Versos que, por cierto, pocos de mi generación recuerdan ya.

Alberti, en mi cabeza, es el recuerdo de una escena antológica de la parodia humorística española y un recurrente disfraz de Carnaval. Es un busto y una estatua mediocre en una rotonda.

En mi cabeza, Alberti es un semidios de los comunistas, que lo quieren instalado en el altar de sus iconos contemporáneos, a la vera de Dolores Ibárruri y algún otro. En mi cabeza, Alberti es toda una franquicia, amada con orgullo casi monástico por los miembros de la fundación que lleva su nombre, liderada por su viuda. Y un emblema para una ristra de gobernantes, que han usado su nombre a su antojo para según qué fines. Y por eso, Alberti es el nombre del colegio o del instituto que nunca tuvo El Puerto, es el nombre de una calle, y es el nombre, que no llegó a ser nombre, del teatro que ahora se llama Muñoz Seca.

Alberti, en mi cabeza, es el autor de un libro de poemas políticos que me regalaron cuando tenía quince años, de los cuales sólo leí uno, y luego abandoné en lo más profundo de la estantería porque, el mismo día, me prestaron una antología de Valle Inclán, que me gustó mucho más.

Con todo y con eso, no voy a poner en duda su universalidad ni su valía. Eso se lo dejo a los expertos. Sin embargo, he de decir que me resulta totalmente legítimo ser un maestro de la literatura del Siglo XX al mismo tiempo que un pelmazo para muchos de los que hemos crecido en este municipio.

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