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Aguas y espejos

El agua del mar no devuelve nuestra imagen, pero es que el mar es muy grave

El castillo de Bracciano se gana su visita. Además de sus impresionantes vistas al lago, su contundente arquitectura, sus armas y sus frescos, tiene un espíritu épico vivo. Para empezar, sigue siendo de los Odescalchi, irreductibles señores que resisten todavía y siempre al invasor de lo totalmente estatalizado. Y más que ha resistido, incluso, porque allí se casaron Tom Cruise y Katie Holmes y el edificio sigue impertérrito, como si no hubiese sucedido nada.

Durante la visita puede contemplar un espejo de época que tenía el detalle de no contemplarme más que a medias, espeso y onírico. Pensé que los hombres del siglo XVI eran quizá tan audaces gracias a sus espejos. No sufrían el silencioso mazazo en la autoestima de estar viéndose al detalle. Lo borroso de la imagen debía de empujar a la acción como la mejor manera de perfilarse los contornos.

En mitad de mis reflexiones y reflejos, el profesor Pablo Pomar, que ha ilustrado nuestro periplo por el Lazio, me dijo: «Ya ves lo mal que se veían: por eso hay tantas referencias literarias al reflejo en el agua, más nítido». No había caído en el agua y sus imágenes mejores. Hundía un tanto mi tesis, pero no me importó. Al agua, que es útil, humilde, preciosa y casta, se le perdona todo.

Un libro que llevé en la maleta todo el viaje, aunque no abrí, podría habérmelo explicado sobre el terreno. Se trata de Algunos aforismos del pintor Ramón Gaya, que ha seleccionado para La Veleta Rafael Fuster. Gaya ve que el reflejo en el agua «no es nunca copia, sino algo directo y original». Cuando habla de esa realidad boca abajo que nos ofrece el agua, recordé a Chesterton que aconsejaba un ejercicio intelectual: hacer el pino para observarlo todo boca abajo. El agua nos regala la misma visión, sin necesidad de hacer tan arriesgados y forzosos malabarismos.

Además, aunque la imagen en los espejos modernos sea de una gran exactitud, siempre aparece, observa Gaya, «como despegada»; en cambio, en el agua es «carne, entraña viva». De vuelta en El Puerto, he comprobado que el agua del mar no devuelve nuestra imagen así como así, pero es que el mar es muy grave y trascendente. Sí refleja, en cambio, el sol en mil pellizcos de plata y, por la noche, la luna más tendida y romántica, y las luces de verbena de la Bahía. Todo tan hermoso, que uno (quién nos lo iba a decir a estas alturas) puede quedar petrificado como un Narciso provinciano.

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