la azotea

jesús guerrero

Agosto en Cádiz

No hace tanto tiempo, para un gaditano pasar el mes de agosto aquí era placentero. Los días largos, noches húmedas de rebequita, el bronceado, una tapita, una copa al fresco. Los paseos, los que vuelven a casa, las familias que alquilan todos los años el mismo apartamento, las calles del centro desérticas como en la sobremesa del domingo. No hace tanto, pero no es así este agosto, ni el pasado, quizás tampoco el anterior. Ya no hay mesas libres en los bares para las reuniones espontáneas, no se paga lo mismo que el resto del año, las raciones menguan, los currantes trabajan más por menos a la hora. Se ven pocas sillas en las casapuertas. No caben con los ríos de migrantes efímeros que persiguen a su héroe, paraguas en mano alzada. Mapas de la ciudad ondean al levante. Una foto. Las habitaciones están por las nubes, buscar un hogar en alquiler, ni intentarlo. La hospitalidad aún vive pero hemos perdido calidad, al menos, de vida.

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