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Agencias de colocación

Todos sabemos que los partidos políticos no son más que agencias de colocación que sólo sirven a sus intereses

Los que vivimos los años de la Transición recordamos muy bien el prestigio que tenían los partidos políticos. Muchos de sus dirigentes habían vivido en la clandestinidad y tenían una fama -bien ganada- de personas honestas y valientes. Recuerdo un encuentro clandestino, en los últimos años del franquismo, con un dirigente del Partido Comunista que había entrado ilegalmente en España. Todo fue como en una novela de espías de Graham Greene: nos citaron en un sitio, nos llevaron a otro, y al final acabamos en un caserón decimonónico, rodeados de cortinones de terciopelo y de sillones isabelinos, donde nos esperaba aquel hombre que hoy en día ya nadie recuerda. Para nosotros, aquel hombre mayor, que había vivido la guerra civil y después el largo destierro, era una figura mitológica a la que nos daba miedo dirigirle la palabra. Pero el gran hombre se limitó a soltar uno o dos lugares comunes sobre Cuba y la lucha obrera y dio por terminada su intervención. Sin que nadie se atreviera a reconocerlo, salimos de aquel caserón lampedusiano decepcionados por aquel encuentro con el gran hombre. Acabábamos de descubrir que no era tal como nos lo imaginábamos.

La decepción que sentimos aquellos jóvenes es la misma que desde hace tiempo siente una gran parte de la población con respecto a los partidos políticos. Todos sabemos que los partidos no son más que gigantescas agencias de colocación que sólo sirven a sus intereses y que apenas se preocupan por las necesidades reales de la gente que les presta sus votos. Hay excepciones, por supuesto, y políticos eficientes y honrados -conozco algunos-, pero la maquinaria diabólica de los partidos los ha engullido y los ha convertido en simples piezas de un engranaje. Muy pocos políticos se atreven a expresar ideas propias -si es que las tienen-, y muy pocos políticos se esfuerzan por representar a la gente que cobra, por ejemplo, 600 euros trabajando en un supermercado.

Esto explica que ni el PSOE ni Podemos ni Ciudadanos hayan sido capaces de pactar un programa de mínimos para desbancar al PP del poder y para evitar depender de los votos de los partidos independentistas que se han propuesto destruir el Estado (y destruir el Estado significa destruir la Seguridad Social y las pensiones). Pues no, ni eso han sido capaces de hacer. Mal asunto, sí, mal asunto.

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