Opinión

Fernando / Díaz

Adiós a Don Matías

NO tan lejos me queda el día en el que Matías Pavoni aterrizó en tierras gaditanas. Fue algo así como lo que pasó unos años antes con Ariel Zárate. Un jugador casi desconocido, de tantísimos que manan de Argentina, cruzó el charco en busca de la fortuna, deportiva y económica, del balompié español. Con bastante menos experiencia y pelo, pero con la misma timidez con la que ahora se marcha, su huella ha sido profunda.

Por encima del futbolista, que ha estado a una gran altura en los momentos decisivos, me quedo con la persona, con el amigo de sus amigos -Velázquez y Raúl Navas, entre otros, pueden dar buena cuenta de ello- y con el chico extremadamente independiente que se ha amparado en el anonimato y el segundo plano hasta para decir adiós.

Son muchas las veces que intercambiamos opiniones por algo más que la pelotita, que si entra o que si no, que si juego o que si no, siempre con un respeto entrañable que le hizo ganarse mi admiración. Todavía recuerdo una conversación inesperada el día después de empatar ante el Universidad de Las Palmas en Carranza, que lo dejaba todo a una carta en el impresentable campo, casi de prisión, Juan Guedes. En aquella charla, él en el asiento trasero del coche de Velázquez y yo apoyado en la ventanilla medio abierta, me dijo: "Debimos ascender ayer... pero no pasa nada, subiremos en Las Palmas".

Lo tenía claro, tanto como cuando después se asentó en la categoría de plata, ascendió a Primera y se llevó el honor de marcar el primer gol en la máxima categoría, nada menos que al Real Madrid. Con un hombro dándole mucha guerra y ofreciéndose para jugar al límite de caer lesionado, se convirtió a veces en ese canterano añorado aunque naciera a miles de kilómetros de la ciudad que al final le adoptó.

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