Cela coleccionaba esquelas. Yo, epitafios. Todo lo que cabe en una vida va a parar a una frase. Una frase delicada, amistosamente nostálgica, dulcemente cortés: "Adiós, vosotros que vais por el camino. Aquí yazco yo, Sosibio. 'Adiós, Sosibio', repetid" (Escitópolis, Palestina, ss. II-III d.C.). Una frase tipo "Hacienda seguimos siendo todos": "Si alguien que no sea yo, Unión, deposita aquí a otro, pagará al fisco dos mil quinientos denarios" (Cícico, Misia, fecha desconocida). Un desplante genial, porque en Hades (como en Gades) hay que mamar: "No era y llegué a ser. No soy y no me importa" (Cirene, siglos II-III d. C.). Luego están los epitafios célebres. El de Groucho Marx para su suegra: "Rip, Rip, ¡Hurra!". El de Mel Blanc, la humana voz de Bugs Bunny: "Eso es todo, amigos". El de Diógenes: "Al morir échenme a los lobos. Ya estoy acostumbrado". O el de Miguel Delibes: "Espero que Cristo cumpla su palabra". A los epitafios se pueden sumar mil y un cuentos de una línea, como los que recoge Aloe Azid en un precioso libro de Thule Ediciones: "En el camino de la muerte, solo hay héroes" (A. Bioy Casares). "Al español o se le mata o no queda ningún modo de impedir ser salvados por él" (Macedonio Fernández). O este epitafio de cesáreas resonancias: "Vine, vi y me fui" (Carlos Vitale). Todo esto viene a cuento porque el epitafio que han escogido para Adolfo Suárez resulta un poco triste, con su pretérito perfecto simple tan lejano y tan solo que parece de Córdoba: "La concordia fue posible". Tantos años de olvido, tantas gentes en el funeral de Estado. "Los ángeles desean que la conversación decaiga para poder pasar" (Rafael Pérez Estrada). Y aquí a su alrededor todos estos representantes del pueblo en su última cena: plato único, chivo expiatorio. La derecha tiene el cuchillo, la izquierda el tenedor. El postre bien podría ser jaleo real. A más de uno se le debería haber recordado que "¡Está terminantemente prohibido dar de comer, molestar o irritar a la bandera!" (István Orkény). Era un hombre tan guapo. "El horizonte fue fácil de alcanzar, estaba en sus ojos" (Jimmy Entraigües). Adiós, Adolfo, adiós. Qué suerte que tuvimos. Gracias.
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