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Adagio bufo

Lo más endeble de la ruptura entre Aznar y Rajoy son los motivos: demasiado personales

Ante la noticia de que Aznar renunciaba a su cargo de presidente de honor del PP, no era el hilo de una idea lo que me salía, sino un hilo musical. Algo extraño, como un adagio bufo.

Unas notas que expresaran la ruptura sentimental que supone el gesto. Para Aznar, ser presidente de honor no significaba nada ni le comprometía. Todo lo contrario que su renuncia, si se fijan. Lo único significativo que podía hacer como presidente de honor es dimitir, y lo ha hecho con toda la intención. Es el portazo como último argumento, que resulta siempre bien sonoro, aunque es el último y tiene el eco de los suspiros de alivio. Culmina así una larga sucesión de desencuentros más o menos atonales entre Rajoy y él. No me digan que no da la cosa para un adagio, siendo Aznar el que nombró a dedo a Rajoy, el que refundó y fundamentó el PP moderno y el otrora referente incuestionable.

Tras unas notas tristes, propias de cualquier ruptura, tendría que venir de lejos -en un progresivo in crescendo- el tono bufo. Porque no termina de entenderse qué molesta tanto a Aznar. No quiero decir, ojo, que no haya nada que moleste en el PP posmoderno de Rajoy, sino que nada de eso debería molestar precisamente a Aznar, porque todo lo empezó él.

El desinterés por las cuestiones morales, como el aborto, es de su tiempo. La incapacidad (a medias por desinterés, a medias por complejos culturales) de hacer una reforma educativa propia ha sido la misma en ambos. Las cesiones de Aznar a los nacionalistas se podrían contar en catalán en la intimidad. (Soraya habrá descubierto, en todo caso, un mediterráneo ya muy transitado.) La traición a los militantes más combativos nos la puede contar en castellano Alejo Vidal-Quadras. Primar la economía sobre cualquier consideración de cualquier tipo lo han hecho los dos de una manera prácticamente idéntica.

Hay, además las diversas circunstancias históricas, diferencias de estilo personal, pero basar en eso una ruptura tan ruidosa resulta ridículo, rozando lo infantil. Incluso los talantes de sus gobiernos están cruzados como el reflejo de un espejo: el primero de Aznar, con sus apelaciones obsesivas al diálogo, es un precedente claro de éste de Rajoy, del mismo modo que la mayoría de Rajoy en su primera legislatura recordó la segunda de Aznar. Quizá lo que no le gusta a Aznar de Rajoy es verse replicado (y extendido en el tiempo) en un espejo (un tanto cóncavo).

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