Carlos Díaz, en los momentos de mayor dispendio, llegó a tener dos asesores: su secretario particular (como se decía entonces) y su jefe de prensa, el primero sustituido luego por un funcionario municipal. No se notaba la diferencia con respecto a los 15 de Teófila Martínez (entre ellos Ana Peral: Roma no paga a traidores) y a los 20 de José María González. No soy capaz de apreciar diferencias notables entre unas corporaciones y otras, o al menos no noto mejoría con mayor número de asesores. Bien es verdad que los equipos de gobierno de Carlos Díaz estaban compuestos, en la mayoría de los casos, por gente competente (excepción hecha del bogavantes, el peñista de la sierra mecánica y algún otro lunar aflamencado). Teófila era en sí misma un torbellino, un secante que apenas permitía a sus propios concejales adoptar iniciativas. Más bien su aparato se dedicaba a tiempo completo a la propaganda, lo que no la salvó, en 2015, de una derrota estrepitosa. Ahora con tantos asesores no se ha notado una mejora en la gestión, por muy buenos resultados electorales que haya tenido González. El equipo de gobierno que terminó ayer tenía, también, 10 concejales con dedicación exclusiva. Los de Teófila, 15. Carlos Díaz se peleó con la mayoría de sus concejales porque no quiso darle la dedicación exclusiva a una concejala. La Diputación ha sido más generosa a la hora de las dedicaciones exclusivas (hasta los portavoces de los grupos compuestos por un concejal la tenían) y los asesores, camino de los 40. Todo un aparato político debidamente engrasado, en una administración y otra, con cuantiosas subvenciones a los grupos institucionales, dinero que no se justifica en contra de lo que se obliga a hacer con otras subvenciones. Esas sumas de Ayuntamiento y Diputación se destinan a financiar los aparatos de los partidos que integran cada corporación: sedes, empleados, gastos variados. Eso de que los militantes sostengan a sus organizaciones es un concepto antiguo, de la misma manera que debe serlo que haya militantes dedicados a la noble causa de trabajar por sus vecinos sin percibir ni un solo euro del erario. La austeridad de Carlos Díaz fue famosa (aquella vez que invitó a comer mortadela al equipo director de la revisión del PGOU encabezado por Eduardo Mangada), aliviada con el tiempo por los bocadillos de Teófila. Hemos llegado al punto de que no se mueve un dedo si no es retribuido. Aquello que dijo una concejala de Marbella: papel que firmo, papel que cobro.

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