Vuelta a lo mismo

13 de octubre 2025 - 03:05

Seguramente, desocupados lectores según la antigua y afortunada fórmula, no habrán notado, ni tienen por qué, las vacaciones que les he dado. Pero no les cansaré con el recuento de las recónditas islas visitadas con las que he intentado sustituir (diría que con éxito) el gozo de mi semanal contacto con ustedes. Digamos que he descansado, y ustedes probablemente más.

Pero en la vida todo vuelve y aquí estamos otra vez, suponiendo que hayan tenido la gentileza de esperarme. Constato que algunas circunstancias gozosas por ahí fuera pueden hacerte suponer que las cosas cambian en tu vida, y seguramente es verdad en esos mundos, que no dejan de ser ficticios en cierta manera por lo efímero. Pero retorna uno a su Isla, que no es del Egeo, y se encuentra que todo sigue igual o potenciado, con una calle Real surcada cada día por una asombrosa cantidad de andadores y sillas de ruedas; con extrañas coronaciones de imágenes a las que pondrán una costosísima tiara de oro y brillantes, quizá para compensar con creces la dolorosa corona de oro que incrustaron a su hijo, y demostrar que aquí nosotros sí que sabemos tratar a las familias divinas.

Vuelve uno y lo hace para comprobar que aquí sí que sabemos también poner una vela a Dios y otra al diablo, puesto que con el mismo empeño que ofrecemos joyas a la madre celestial un día, a los pocos nos entregaremos alegremente a las fuerzas demoníacas del festival del horror que es Halloween, celebración no hace tanto extraña y de la que San Fernando se ha convertido ahora insospechadamente en capital mundial.

No hay respiro, puesto que antes de que acabe el mes de los muertos se encenderán los miles, quién sabe si millones, de bombillas de la Navidad cada año más estirada para que, cegados por las luces, no veamos que aún nos quedará más de un mes para que llegue la cuesta de enero y nos entreguemos a lo que más nos gusta: llenar las calles sin que nadie nos pregunte por qué.

No crean que todo esto me disgusta. Al contrario, me da la paz que otorga saber que algunas cosas no sólo no cambian sino que en su inmutabilidad van definiendo poco a poco lo que somos como pueblo, ya sea para amarlo ya sea para odiarlo, que no es sino otra forma de concederle el primer lugar en nuestro pensamiento.

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