V aya por delante que no pretendo hoy -ni nunca- decirle a nadie lo que tiene o no tiene que hacer. Ni mucho menos lo que beber, que "la libertad, Sancho, es uno de los preciosos dones que a los hombres dieron los cielos", como dice Don Quijote. Pero, una vez más, quiero hablar del vino, y no de cualquiera, sino del vino de Chiclana. "Un pueblo que no bebe su vino y no come su queso, tiene un grave problema de identidad", escribió una vez el novelista y gastrónomo que fue Manuel Vázquez Montalbán. Y eso es quizás lo que nos pasa, que falta identidad, que falta carácter para defender ese "oro líquido" que ha sido nuestra historia y nuestra tradición.

Y es evidente que no es algo nuevo. En el Archivo Histórico Municipal hay un documento, firmado por Juan Molina, regidor de la Villa en 1614, en el que, precisamente, los bodegueros de la localidad denuncian la entrada de vinos sin licencia que, entonces, era todo aquel que no se producía en Chiclana. Claro que era un tiempo en el que los vinos locales "nuevos, blanco o añejos" se enviaban a América. Pero sigue pasando.

No pretendía volver tan atrás. Aunque quizás ya entonces estaba sólidamente incrustado en nuestros genes esa otra característica común del ser o la identidad de Chiclana, que algunos llaman derrotismo o quizás sea más precisamente celos o incluso ambición desmedida. Nuestra capacidad crítica con todo lo que sea nuestro es a veces tan enormemente contundente, que nos alegramos de los fracasos propios mucho más que de los ajenos, que exaltamos lo de fuera sin medida pero no somos ni mínimamente consecuentes para regalarle un piropo, una felicitación, un reconocimiento, a lo que destaca aquí. Siempre hay un resquemor, un quítate tú de aquí, con todo y con todos. ¿Y todo esto que tiene que ver con el vino?

El bodeguero y ornitólogo sanluqueño, Javier Hidalgo, contó la otra noche en una conferencia organizada por la Asociación Pro Fundación Batalla de La Barrosa en el Centro de Interpretación del Vino y la Sal, que en las carreras de caballos de Sanlúcar o en la travesía por Doñana hacia el Rocío solo se bebe manzanilla de Sanlúcar. Y esa afirmación también vale para el Bajo Guía o la Plaza del Duque. Aquí, no. Aquí vale cualquier vino. Que hasta en La Barrosa hemos encontrado chiringuitos donde la carta de vinos solo tenía fino de Montilla. Solo sea por ahorrarse cuatro pesetas, digo yo. Si no hay vino de Chiclana, pues uno se levanta y se va.

Pero primero tenemos que pedirlo. El viernes la Bodega Cooperativa, es decir, la Sociedad Cooperativa Andaluza Unión de Viticultores Chiclaneros, presentó el relanzamiento una histórica marca y la creación de otras dos nuevas. Tres vinos que son una joya. El Viña Iro, un blanco de mesa muy seco a partir de mostos propios de uva Pedro Ximénez con un toque de Palomino Fino. Un Fino Chiclanero en Rama que es fantástico porque es el origen de la tradición. Y un Moscatel Matías Serrano Solera que, aún más, es la esencia de nuestro ser vitivinícola. Pero es que ya sus vinos, sus otros vinos, son excelentes. Como también los del resto de bodegas de Chiclana: Primitivo Collantes, Manuel Aragón o Vélez. Nunca han estado los vinos de Chiclana la calidad que tienen ahora.

Hay en la intrahistoria del vino de Chiclana capítulos que la memoria oral cuenta: que si este bodeguero iba contra aquel, de aquel no permitía que se vendiera vino de otro, de ese otro que juró odio eterno a ese que dejó de vender su vino. Pero hoy las bodegas reman todas juntas y unidas. Ya son pocas, y resisten -y Miguel Guerra la que más: ánimo y a seguir- contra viento y marea. Y pese a nosotros mismos. Somos la patria del turismo de playa, La Barrosa es la meca del verano, y en las mesas de todos los restaurantes, en los estantes de cada supermercado, no debería de faltar ninguno de nuestros vinos. Es que hay blancos fantásticos, sorprendentes, a los que se suma el Viña Iro, como los Socaire, Matalián, Retallo, Manuel Aragón Sauvignon Blanc… dentro de indicación geográfica protegida Tierra de Cádiz. Y todos esos los vinos amparados por el Consejo Regulador del Jerez-Xèrés-Sherry: finos, olorosos, cream, moscateles… que no tienen nada que envidiar a ningún otro del marco de Jerez.

Ahora que las bodegas, además, se juegan su futuro dentro de la zona de producción del Consejo Regulador -con el futuro del bag in box- necesitan un acto de justicia: apreciemos lo que están haciendo, demos a conocer sus vinos, sintámoslos nuestros y exijamos que estén en todas los bares y restaurantes, en todos los supermercados. Gabriel Celaya cuando venía a las bodegas Las Albinas y escribió el poema que título "El Vino" lo decía: "Allí en Chiclana, bebo./ Bebo/ la luz de dentro./ Quemo/ el sol negro.// Barrica abierta/ como el dios-toro/ del taurobolio./ Y yo debajo,/ bañado y sucio/ vivificado,/ materialmente/ resucitado.// ¡Sangre de sol,/ gloria de origen,/ soy el que sabe/ y aun joven,/ vive!". Esos son nuestros vinos: luz de dentro, sangre de sol, gloria de origen. Son nuestra historia y deben ser también nuestro presente. Por una vez hagamos patria. Aunque solo sea en una copa de vino.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios