La vinculación de esta ciudad con los vinos se puede remontar a miles de años. De Fenicia a la Londres Victoriana el Guadalete fue el nexo de unión entre los pueblos conocidos, su certero refugio para los embarques y su húmedo abrigo hicieron de nuestros caldos lo que ahora son, y lo que siempre fueron.

Los vientos, los que secan o endulzan, trayendo los aromas del mar, dieron sabor y color, por ello, la idea de un Museo del Vino, además de ser acertada, es también homenaje a ese río que le da cuerpo.

Quizás el futuro nos depare sorpresas, que, seguro que una vez vean la luz, serán objeto de las mas absurda de las críticas, ya sea por el gasto superfluo, por el emplazamiento interesado, por el color de pelo del celador de la puerta o por el efecto de las luces, porque, no podemos olvidar que así es esta ciudad y quienes la pregonan. Pero por encima de todo, ese merecido homenaje, ese guiño a nuestra forma de vida, ha hecho que se deje en el olvido el museo sobre la pesca, y es que, la moda impera, hoy pedimos el museo del vino, ayer, el museo de la pesca y su entorno, y mañana quizás nos acordemos de las guerras napoleónicas y el papel de Santa Catalina en aquella no tan lejana contienda.

El Puerto, por mucho que a algunos les pese, es como el diamante en bruto que todos se empeñan en enmierdar, pues si todos remaran en un solo sentido, no poniendo trabas a presupuestos o proyectos ejecutables y vendibles, y que normalmente benefician a quienes gobiernan, si lo hacen, y a quienes los piden sin dejar hacerlos, si no se hacen, seria una ciudad aun mas maravillosa.

Tendríamos un centro de estudio sobre la Pesca, sobre el Vino, sobre la historia de nuestro río, los colegios, y no solo de aquí, podrían acudir a ver cómo era un barco de pesca a principios de siglo, ver cómo era la vida de quienes se dejaban la piel durante algunos días, incluso meses; verían el duro trabajo de quienes desde la viña a la bota hacían posible el milagro; aprenderían como un río sinuoso se convirtió en perfecto Puerto Romano para el embarque, y que a principios del siglo XX seguía siendo punto clave de nuestra economía.

Quien sabe, quizás llegue el día en que quienes pueden puedan hacer, y quienes pidan dejen hacer, pero mientras en esta ciudad, como en todas,  prime mas el fracaso que el triunfo de ella, seguiremos siendo el Puerto de la Mer, que para los franceses tiene un orgulloso significado y para nosotros tan solo un tufo desagradable.

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