Dicen los expertos que el éxito de los videojuegos reside en la posibilidad de pasar niveles y establecer un ranking. De este modo, el jugador sabe siempre dónde está. Mira atrás y reconoce como logro el camino recorrido ayudado por un marcador de puntos, estrellas, medallas, velocidad… Todo marca un nivel de éxito. La satisfacción, aunque efímera, es inmediata.

Fuera del videojuego, uno no sabe dónde está, qué ha conseguido. Fantasea con los relatos personales o sociales para asentarse en un itinerario sin certezas, donde ninguna pantalla de colores asegura que se ha hecho lo correcto. La visualización del camino recorrido no es fácil, entre otras cosas, porque se descartaron bifurcaciones, surgieron dudas, se perdieron vidas que el tiempo no va a recuperar. Asoma, en cambio, la culpa, se asienta la sospecha de que una decisión diferente pudo llevarnos a un destino quizás más feliz para nosotros o los nuestros.

Las redes sociales tienen, asimismo, mecanismos de enganche que reclaman a los suyos: hace tanto que no has entrado, te has perdido esto en tu ausencia, tus amigos han publicado mientras no estabas, tienes nuevos seguidores... De este modo, la cuantificación crea una vida falsa, pero fácil en la que la soledad, el dolor profundo y la pérdida no existen. Alguien muere en la vida real y su perfil de Facebook sigue lleno de mensajes, páginas de actualidad con noticias que uno ya no leyó, logros deportivos que ya no se vivieron, sugerencias de amistad, fotos sonrientes que no envejecen…

Nos reinventamos a cada rato, pero los sofisticados mecanismos de distracción que ideamos no son otra cosa que modos de evasión para olvidar quiénes somos, cada vez más lejos de entender los márgenes de la vida. En las antiguas maquinitas, teníamos un número limitado de monedas para gastar y, al perder la partida, con el aborrecible letrero de Insert coin to continue sabíamos que aquello se había terminado. En los actuales videojuegos, el Game over ya no es el final, siempre se puede saltar a otro juego. Así, enfrascados en videojuegos y relaciones virtuales estamos cada vez más lejos de entender esta hermosa y cruel oportunidad de vivir de la que disponemos solo durante un tiempo irremediablemente finito.

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