El hombre moderno (entendiendo por hombre ser humano, según la etimología de la palabra) ha decidido hace tiempo que la forma correcta de mostrar a su entorno que las cosas le van bien es viajando. Más recientemente, viajando y publicando en las redes sociales fotos de su viaje. Así, pasa buena parte de su tiempo preparando el día en que las vacaciones le permitan lanzarse en busca de la ansiada experiencia.

Pero hay formas y formas de viajar. El turista prefiere no involucrarse. La desconfianza, el temor o simplemente su propia forma de ser, le hacen observar sin intervenir, como si asistiera a un documental del lugar que visita desde el sofá de su casa. El viajero, por su parte, tratará de mezclarse con el ambiente, probar la comida local, entender las formas de vida. Yo he coincidido con turistas en Estambul que se quejaban insistentemente al cocinero porque los platos turcos llevaban cilantro, por ejemplo. Hasta aquí, todo bien. Somos diversos. Y masa. Se empieza a tomar conciencia de que esa masificación del turismo lo hace, además, altamente contaminante (no hay más que ver las imágenes de esos colosales cruceros abalanzándose sobre Venecia).

Y, aún así, se ha conseguido dar un salto en la calidad del viaje. Ahora se exige que el lugar de acogida no tenga ni una sola incomodidad derivada de las características naturales que lo hacían apetecible. Se hizo viral el vídeo del ganadero asturiano que se burlaba del dueño de un hotel rural que había logrado que un juzgado clausurase un gallinero porque el sonido que emitían sus gallinas molestaba a los clientes. Ahora nos ha llegado el caso de Maurice, un gallo de la isla de Oleron, en el suroeste francés, al que han sentado en el banquillo porque canta demasiado temprano.

Los pisos turísticos de alquiler creciendo sin control ya están obligando a los ciudadanos a abandonar el centro de las ciudades. Si el turismo rural empieza a limpiar el campo de campanas de iglesia que repican, gallos que cantan y vacas que mugen, todo quedará convertido en parque temático. No sé qué pensarán ustedes, a mí me parece triste y estúpido viajar a ciudades sin vecinos y campo sin animales.

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