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Análisis

Rafael duarte

Los versos de Ángel

Llama Ángel escualo al cáncer. Tiburón que exigiera del diente asaltar las arterias

La mañana en su niebla tiene el formato del levante. La mañana se ha vuelto blanquialgo como las viejas fotos o las pátinas. Abro el libro de Ángel García López, el poeta cimero de la Generación de Lenguaje. Cuando todo es ya póstumo. Trae el viejo sabor de las melancolías, de los trenes que nunca dormirán en la noche. Abro el libro al azar. La distancia del eco, ese poema arde, metafóricamente, profundidad del hueco donde va la memoria.

Ha muerto Emilia. Su canción y su vida. Vuelve el lenguaje, póstumo, a elevar la poesía más allá de su lírica, sobre el tiempo que cava sus grises infinitos, su emoción sin sillares, ése aire en la mente como espuma de sábana. Ese oleaje íntimo en la resaca de la cama.

Llama Ángel escualo al cáncer. Tiburón que exigiera del diente asaltar las arterias. Y ya son dos los libros sobre esa corrosión de la existencia. Cuando todo es ya póstumo y El aprendizaje del miedo de Paco Ramos Torrejón. El dolor hace eco en las heridas, memoria y llanto. La melancolía es la humedad que invade la gran pared de piel del que padece. El poeta aprende sufriendo lo que escribirá cantando. Todas las vidas, ambas, juntos, será el amargo diapasón de esa cuerda.

Háblame ahora de cómo es el mundo de lo eterno habla el Aprendizaje del miedo y dice Ángel en su eco. Los ojos se humedecen de memoria y neblina, Nada teme perder quién lo sabe todo perdido escribe Ramos y habla Ángel del trasmundo: La voz de un petirrojo que ha entreabierto el postigo de otra luz.

Llevo una mañana perlada de humedales. El dolor del amigo es un fondo sin fosa. Algo sentado sobre el alma que escupe al mar. Las miríadas de gestos que son recuerdos. La presencia infinita de tu ser más finito.

Padezco con ellos. El verdadero lirismo muerde como los líquenes que atrapan otro cuerpo de otro. El lamento disforme, sus blancos palafitos sobre un cuerpo vencido. El agua maltratada celebra esta ceniza que se siembra en los ojos. Lírica y duelo de García López. Acaso la muerte es la gran madre, nadie le conoce huérfanos, axiomático Ramos.

Todo en este tiempo real en el que duelen los amigos, los enfermos, los ecos, los estaños de pieles extinguidas, el ataúd que ahorma tanta muerte. La mañana avaricia con la niebla. El sol tiene reflejos de mercurio y el horizonte es un sonido, borrado por el agua suspendida entre el cielo y la lágrima. Quevedo, cómo no, lo escribió como nadie. Mas ya mi corazón del postrer día/ atiende el vuelo, sin mirar las alas. Duele lo que nos debe doler.

Amigos poetas, el dolor es el mar cuando bucea sobre sí mismo en la crepitación de las tormentas. Cierro esta meditación con mi Oda a la muerte, Libro del Vacío. Ya no es teatro el absoluto./ Ni siquiera los ritmos de vertido y vaciado/que me dicen que habito./Algo pasa. Es la arena. Es el tiempo rodando desde él./ Es la fosa marina de la sangre/con todo un fondo ultraterreno…/La desdicha del tiempo desdiciéndome./Desangrando la nieve que nos busca/con su escala cromática en su muerte/con su escala profunda,/con sus labios de lluvia y deshielo…/Las seccionadas sílabas del nunca./Esta disolución final del ser.

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