Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

No es difícil imaginar la euforia que debieron sentir Irene Montero y Pablo Iglesias cuando llegaron el martes por la noche a casa. Habían conseguido el pacto de su vida: los dos formarían parte de un Gobierno de coalición y, los dos, porque las negociaciones las han llevado los dos, habían conseguido que Pedro Sánchez se tragara sus palabras despectivas hacia el partido que lideran.

Felipe González no quiso que dos Solana se sentaran en la mesa del Consejo de Ministros, aunque tanto Luis como Javier eran personas relevantes y con peso en el partido; tuvo la misma actitud con los hermanos Fernández Ordóñez, mientras que Rajoy aplicó la misma norma a los hermanos Nadal. Y en la memoria de todos está que Álvaro Espina, al que se consideraba seguro ministro, se tuvo que conformar con una secretaría de Estado porque su mujer, Rosa Conde, fue nombrada ministra.

La cosa cambia ahora con un Sánchez dispuesto a todo, incluso a dejar atrás sus principios, con tal de seguir siendo presidente.

Sánchez tiene un enemigo en las hemerotecas, donde se encuentran auténticas perlas que recogen lo que piensa de una alianza con Podemos. No sólo le quitaría el sueño esa posibilidad, sino que correría el riesgo de tener un Gobierno dentro de su Gobierno. Por no hablar de cómo se come que en el borrador conjunto reiteren su defensa de la Constitución cuando los socialistas se han hartado de recordar que no se puede gobernar con quien cree que los dirigentes independentistas que cumplían prisión preventiva eran presos políticos, o que el problema de Cataluña pasa por la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. Inconstitucional. Ilegal.

El Gobierno de coalición ha provocado una ola de entusiasmo entre los podemitas, que nunca se han visto en una situación mejor. Entre los socialistas hay división de opiniones.

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