Artº 1: "La República asegura la libertad de conciencia. Garantiza el libre ejercicio de los cultos con las únicas restricciones mencionadas más adelante en interés del orden público". Si no queda claro, allá va el artº 2: "La República no reconoce, no remunera ni subvenciona ningún culto". Esta Ley francesa de 1905 sigue -con algún recorte- aún vigente. Y da igual que Francia fuera y sea una República. Noruega es una monarquía clásica y conservadora que también se declara laica. Eso sí, un siglo después.

En ambos casos el legislador lo tenía clarísimo: el laicismo es una libertad antes que una prohibición.

Así que no nos cuenten películas de que el laicismo es odiar a la religión, quemar iglesias y apedrear curas. Cuentos de viejas para mentes poco edificadas, patrañas interesadas de merodeadores de sotanas, camarines y sacristías, y para habituales de instituciones rancias con efluvios de alcanfor que tratan de imponer su moral, pues para ellos es una cuestión de derecho.

De modo que apelan a lo de "cuando entonces", lo de "como Dios manda", cuando la línea que delimitaba lo civil de lo religioso era borrosa y no se sabía dónde terminaba la Iglesia y empezaba el Estado. Lo que se llamó nacional-catolicismo, que tenía el careto mal afeitado de las teocracias.

Algo que aún sostienen catedráticos medievales, columnistas recién llegados del Concilio de Trento y políticos de desayuno diario con Carcomín.

Aunque lo ignoren, son fósiles y su mundo se extingue. No admiten que se puede ser a la vez creyente y laico, y añoran a la religión como contrapoder político. Y que el Estado debe mantener a la siempre quejumbrosa Iglesia. Que recibe cuantiosas subvenciones públicas, al tiempo que justifican vergonzosas inmatriculaciones, injustos beneficios fiscales y otros privilegios. Y mientras, los obispos tratan de asignaturas, financiación, embriones, cigotos y eutanasias. Business is business.

¡Ay!, aquellos párrocos italianos de los 50 que, ante el avance del PCI, aconsejaban desde el púlpito: "Respeto la libertad de voto, pero os digo: hay que votar un partido que sea demócrata y también cristiano".

Sin hacer política, no.

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