Era una plaza de toros, una de las más antiguas de España, y ahora sigue siéndolo. No sé si seguirá habiendo corridas en el futuro. Personalmente, la llamada en otros tiempos fiesta nacional, dejó de interesarme casi desde que tengo uso de razón y no quiero decir que fuera precisamente por la llegada a mi vida de la capacidad de pensar por mí mismo. No me atrevo a incluirme entre los abolicionistas, me repelen bastante las prohibiciones y siempre me puede el temor a no llevar la razón antes de vetar ciertas cosas aparentemente irracionales. Eso sí, la consecución de una supuesta belleza a través del sufrimiento de un ser vivo al que es imposible pedir opinión repele bastante a mi conciencia.

Tanta introducción, probablemente sin interés para la mayoría, es solo un pretexto para contar que me gustó volver a la plaza de toros de San Fernando, y descubrir cómo podía albergar tantos recuerdos infantiles de desencajonamientos (manifiestos les llamábamos), noches de cine y tardes de circo. ¡Ah! y aquello que se llamaban espectáculos 'cómico-taurino-musicales', grotescos y que seguramente no habría recordado si no hubiera sido por esa visita. Y me gustó verla tan bonita, tan repintada, tan dispuesta a recibir gentes.

Y me gustó desear que le fuera bien a ella y a los entusiastas promotores de una nueva andadura de escenario de alegrías, encuentros, músicas y cines, de festivo lugar de reunión de humanos, y que allí en sus pasillos reengalanados se puedan cerrar muchos negocios, y en cada una de las localidades de sus tendidos recién pintados y numerados se sienten corazones gozosos por el arte. Y que, ya puestos a pedir, ninguna gota de sangre más manche su amarillo albero ni sus renovados pasillos.

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