Este fin de semana estaríamos celebrando carnavales y el siguiente el puente de Andalucía. Completaremos así un ciclo, un año en el que nos hemos tenido que acostumbrar a dejar ir cada una de las fiestas que nos proporcionaban una oportunidad social de encuentro, de celebración, de viaje.

Parece que el círculo lo cerraremos en plena “desescalada” de la tercera ola, con contagios a la baja, pero con la preocupación de continuar con las ucis llenas y un número de muertos diario absolutamente insostenible. Algunas voces venían apuntando lo de “salvar la Semana Santa”, pero parece que la tendencia se traslada y el plazo se amplía, de modo que empezamos a oír que hay que “salvar el verano”. Sin embargo, lo cierto es que no salvamos nada.

Nos ha caído encima esta plaga que constatamos que es global y nos enfrenta a una situación desconocida que no sabemos domeñar. Nos vemos atacados en nuestro territorio privilegiado de “primer mundo” y nos reconocemos vulnerables. Vulnerables, sociales e insolidarios. Este es el retrato que nos deja esta prueba de la que no vamos a salir ilesos. Las víctimas mortales arrojan un saldo tan obsceno que encubre el dolor personal por cada una de ellas. ¿Quién no tiene ya un afectado cercano? Se ha cerrado la hostelería y el saldo de damnificados económicos que no podrán reabrir es también estremecedor, pero al mismo tiempo observamos atónitos que la policía no deja de cerrar fiestas ilegales a diario. Es un sinsentido. Los que pagan impuestos, sueldos y se desviven por mantener “limpio” el negocio no pueden abrir, pero hay grupos que se reúnen en privado amparados en su supuesto derecho a celebrar. Nos hemos cansado hasta de la solidaridad, ya no aplaudimos a los sanitarios, que pasaron de ser héroes a ser señalados como apestados capaces de propagar el virus.

Sin embargo, me resisto a acabar sin un poco de luz. Sí hemos aprendido que somos seres sociales, que nos necesitamos y echamos de menos. Ahora tocaría carnaval, pero los que cumplimos obedientemente las medidas de distanciamiento llevamos una cuenta en la cabeza con todo lo que en algún momento tenemos que celebrar. Como dicen en Cádiz, “conserva las ganas”.

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