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Análisis

Tacho Rufino

El turismo, maná municipal

Los beneficios del poliédrico sector no van tanto a los ciudadanos como a sus municipios vía impuestos y otros conceptosMuchos ayuntamientos ya dependen de las economías que crean los visitantes

La vida de las personas se ve condicionada fuertemente por el tipo de estructura económica del territorio en el que, parafraseando a Machado con algo de poca vergüenza, las buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan -y en un día como tantos, descansan bajo la tierra- conviven con la mala gente que camina y va a apestando esa tierra. La estructura económica es, dicho en breve, la composición porcentual del empleo y el PIB entre los sectores primario (el que explota los recursos de la tierra), secundario o industrial (que procesa esos bienes obteniendo productos) y terciario o de servicios, un sector poliédrico hasta la infinitud que incluye desde la educación y la sanidad hasta el comercio y la banca, pasando por la cultura y el turismo. Nos debe interesar su impacto en la intrahistoria, o sea, el discurrir vital de las personas corrientes o, como diría un buen contemporáneo, sin visibilidad alguna: es un concepto unamuniano, también apelado por Azorín y cantado en sobrio verso por don Antonio.

El sector terciario supone en España tres cuartas partes del total de la economía. Agricultura, pesca, ganadería etc., el primario, tiene un peso casi residual en el PIB, pero importante impacto social por razones históricas y demográficas. El industrial o secundario menguó tras el desarrollismo y se estabilizó en alrededor del 15% -con gran dispersión geográfica-, lo cual pasó de ser un signo de desarrollo a ser un hándicap competitivo. Nuestra válvula del crecimiento es la construcción, el cuarto sector, cuyo peso relativo es sólo superado por Alemania, Francia e Italia. Dentro del muy mayoritario sector terciario -un 75% del PIB que mueve cosas que no cultiva, extrae ni fabrica-, el turismo emerge como estrella rutilante de la recuperación económica española, y no digamos de la andaluza. Es cierto que una central nuclear como la del pueblo de los Simpson o una gran fábrica de automóviles condicionan mucho a la vida de quienes viven de ellas o habitan cerca. Pero los rasgos de influencia benéfica o inconveniente del turismo sobre las personas ajenas son un asunto candente donde los haya, y además porque el crecimiento, desarrollo y diversidad biológica del sector del turismso son objeto clave de la gestión municipal, autonómica y estatal. Los números cantan.

De forma que en no pocas ciudades surgen opiniones contrarias sobre este fenómeno: turistófilos frente a turismófobos. Un turistófilo, nada menos que el presidente de la OMT, Taleb Rifai, afirma que el turismo genera más empleo directo e indirecto y a mayor ritmo que otros sectores, es un sector con "gran resistencia ante los traumas colectivos", reduce la pobreza, es mucho más sostenible ambientalmente, contribuye a la paz y concordia internacional. Creámoslo por un minuto. Un turismófobo dirá, harto de verse acorralado, alienado, encarecido en su gasto y molestado en general en su biotopo, que no ve un chavo de tanta riqueza turística, sino al contrario. Que el empleo que genera no lo cata más que de forma muy inestable y a veces destajista, demasiado mal pagada para que su hijo pueda plantearse una vida autónoma. ¿Dónde queda esa riqueza? La clave está en el incentivo. No comentaremos aquí de nuevo los fondos sin tierra ni nación que van adonde está la rica miel, puede que hasta descuajaringar su panal y su colmena. Sí cabe hablar de que el verdadero beneficiado en el trasiego de vuelos baratos, bermudas, apartamentos turísticos reglados o insertados en casas de vecinos, franquicias, hoteles, comercios de souvenirs y restaurantes… son los ayuntamientos. Los impuestos, tasas y otros diezmos son una parte ya demasiado importante para los municipios con tirón turístico. ¿Quién vigila al vigilante, ya yonqui de sus ingresos turísticos? Los votos.

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