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En treinta años, casi

Estoy convencido de la importancia de votar libremente y de la democracia

¿cuántos domingos electorales ha habido en los últimos treinta años? Pues siempre he contado las mismas cosas, que la primera vez que fui a votar quise llevarme a mi hijo Enrique, que tenía un año. ¡Qué ganas tenía! Lo fui llevando a casi todas, hasta que él sólo iba. No he sido muy original, los de mi generación lo han venido haciendo igualmente. La democracia, por la que suspirábamos, era muchas cosas pero, en primer lugar, poder votar libremente. Fue lo que se inauguró en 1978, el año de la Constitución que ahora algunos, que no vivieron esa etapa convulsa y delicada de nuestra Historia nacional, pretenden arrinconar en el desván de nuestro ser español. Somos así, al parecer. La talla del traje que nos ha quedado de los siglos gloriosos, no nos cae bien en el cuerpo. Estamos en el 98 y en la guerra de Marruecos (la Guerra de la Independencia se aleja de nuestro horizonte sensible) pero más que nada en la gran tragedia de los años finales de la II República, la Guerra Civil y los años posteriores de la misma, que ahora una metodología aceptada o impuesta, allega hasta la muerte de Franco. Toda esa pesadilla la llevaba en la cabeza y en el corazón cuando fui a votar la primera vez con mi hijo Enrique. Con las palabras que repetía mi padre, víctima de esos años de plomo y caín. Al parecer lo vio escrito en una pizarra en un bar: Beber que tenéis buen vino, de política ni hablar y antes de salir, pagar. En la memoria lo conservo y no por la literalidad, por lo que tienen de significado histórico. "Haga como yo -dicen que le dijo Franco a un ministro: no se meta en política". Manda huevos. El rosario de anécdotas que podría ir refiriendo te haría sonreír o entristecerte un poco, según me fuera para el dolor o la nostalgia. No trae cuentas, lo de ahora es lo de ahora. Y además es lo importante. Por eso llevo casi treinta años diciéndolo cada domingo electoral, que es el tiempo que hace que escribo en Diario de Cádiz: coge el sobre, ve al colegio electoral y ponlo en la urna. El sobre que más te guste, el que menos te disguste, en blanco. El que sea. Luego vuélvete a tu corazón, a tus asuntos. Haces lo debido, como pararte en un semáforo en rojo, pagar los impuestos y no ensuciar tu ciudad, tu pueblo. Vivir es esto también, ser un buen ciudadano, cumplir las leyes, querer a tu país.

Te decía que este artículo puede que lo hayas leído hace tres años, cuatro, ocho. Es el de cada domingo electoral. Porque estoy convencido de la importancia de votar libremente, la importancia de la democracia y de lo que se dijo en la maravillosa constitución que se empezó a escribir en la Real Isla de León de 1810: El objeto de la gobernación de los estados es la felicidad de sus ciudadanos. Que por nosotros no quede.

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