Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

P style="text-transform:uppercase">asó de nuevo en nuestras costas. Hace una semana se recogieron seis cadáveres y un número indeterminado de inmigrantes quedaron desaparecidos. La dimensión de la tragedia que estamos viviendo a las puertas de Europa resulta absolutamente insoportable desde cualquier punto de vista humano mínimamente sensible y democrático.

Según la OIM, más de 5.000 personas han perdido la vida en el Mediterráneo durante el año 2016, 14 personas al día, superando ampliamente las muertes del año 2015 que fueron, según la misma fuente, 3.770. Pero es que, además, en 2016 han llegado muchos menos inmigrantes que en 2015, con lo cual el porcentaje de los que pierden la vida es bastante superior.

Las embarcaciones son cada vez más frágiles, las condiciones meteorológicas cada vez desalientan menos y las tácticas son más peligrosas y dificultan el trabajo de los equipos de rescate, cuando existen o se activan.

Pese a la labor encomiable de Salvamento Marítimo, que ha evitado tantas muertes, lo cierto es que la principal estrategia europea no es de socorro sino de contención y rechazo. Alambradas, concertinas, despliegue policial o militar, devoluciones ilegales en caliente, patrulleras, sufrimiento y a la postre más y más muertos. Esa es, lamentablemente, la única respuesta de Europa a las personas que huyen de guerras espantosas o de hambres y desastres sin cuento. Y en relación con ello no podemos dejar de señalar compungidos que España ha sido pionera en la aplicación de políticas inhumanas y trato indigno a los migrantes y refugiados, que ha provocado que hayan muerto o desaparecido casi 300 personas en 2016.

No se lanzan ya mensajes de solidaridad ni, aunque sean de cocodrilo, derraman lágrimas los políticos europeos ante este drama de proporciones bíblicas que ellos, con sus políticas, han generado. La propia opinión pública parece haber perdido interés en el tema, acosada por el Brexit, el golpe en Turquía, el cada vez más imparable ascenso de la ultraderecha en toda Europa, los atentados terroristas o la incertidumbre y descomposición que se están produciendo en la propia Unión Europea.

Quizás por ello no les importa dejar que se mueran de frío decenas de refugiados en el Este europeo… ¿Tan difícil es lanzar para la UE, con todo su poder, una operación de ayuda y socorro para resguardarlos de esta ola de frío polar? Ni se publica ni conocemos el nombre de los seis muertos el pasado fin de semana en las costas de Cádiz. Mucho menos aún de los que han muerto congelados en los países del Este, y todavía menos el del centenar de desaparecidos en el Mediterráneo hace una semana. Ellos apenas tienen hueco en las noticias.

En cambio, al menos sí deberíamos ser conscientes del nombre de los responsables de esta política cruel e inhumana que está convirtiendo el Mediterráneo en un enorme cementerio marino. Se llaman Merkel, Theresa Bay, Rajoy, Holland, Orban… A todos ellos sólo les debemos nuestro más claro desprecio y repudio.

Es cierto, termina por dominar el desánimo y la impotencia ante los oídos sordos de estos dirigentes que olvidan a las personas y se pliegan serviles ante bancos o eléctricas.

Y, sin embargo, es preciso seguir exigiendo una política migratoria y de asilo dignas de tal nombre, acogedora de migrantes y refugiados, respetuosa de los derechos humanos y que impida que miles de personas que sólo sueñan con un futuro mejor pierdan la vida indignamente en las aguas del Mediterráneo o en los desiertos africanos.

La Unión Europea y España han de cambiar de rumbo con urgencia, porque no sólo se está actuando con una inhumanidad inaudita, que muchos calificamos de xenofobia institucional, sino que se están incumpliendo tratados internacionales como el Convenio de Ginebra del que Europa fue en su día abanderada. Esta política cruel alimenta los sentimientos más bajos del ser humano y alienta el crecimiento de los grupos de ultraderecha racista. Más aún, esta política que violenta los derechos humanos, es el germen de la desintegración europea, cuyos valores se resquebrajan y se cuartea todo lo que pretendíamos ser. Puede quedar de Europa, a la postre, una política económica al servicio de los poderosos, que rompe también la solidaridad y castiga a las clases y países más débiles… y poco más. La desafección hacia Europa crece imparable entre la ciudadanía, que cada vez la siente más lejana, ancha tal vez, pero desde luego ajena.

Merecería la pena apostar -y pelear, sí- por cambiar de rumbo y construir otra Europa. Una Europa que sea un espacio de paz, de solidaridad y de respeto a los derechos humanos. Es urgente, muy urgente, porque, sinceramente, no sabemos si aún estamos a tiempo.

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