Ysonreír a toda costa. Sentir culpabilidad por no saber disimular la tristeza en los ojos, y deber aparentar ánimo festivo por todo lo que la vida da, por los hijos, por la fortuna de tener tanto alrededor, por la suerte de seguir respirando. Y tragar las uvas, una a una, como un purgante. Ay. Esta comedia macabra en la que seguimos todos. Y el teatro vacío, como la Puerta del Sol, con las ganas de salir corriendo de un año que pensamos perdido, al que ya nos ha anclado la historia para siempre. No sé qué opinará usted, pero esta Nochevieja habría valido la pena ignorar el menú televisivo de lentejuelas y seguir en Netflix, como el resto de las noches. La incongruencia absoluta de la televisión pública, jugando, como hacen siempre desde arriba, con nuestro estado de ánimo, desde el noticiario, pasando por el examen de conciencia de Coronado, hasta el humor forzado de José Mota o las "Anas" de blanco y rojo demostrándonos que a pesar del bótox sienten y padecen, sobre todo Obregón, quien, a pesar de lo que servidora pueda opinar del mercantilismo del dolor televisivo, me despierta quizás cierta admiración por seguir en pie. Ha sido una Nochevieja lenta y complicada, sobre todo para los que hemos perdido a alguien, o trozos de corazón por el camino, o un puñado de estrellas, o se nos hizo añicos el espejo frente al que nos peinábamos la dignidad cada mañana. Un Fin de Año triste, a pesar de la esperanza y menos mal que los niños nos salvan del abismo, porque aunque lo intuyen, no lo miraron aún desde el borde de la existencia, y son capaces de bailar y cantar y saborear el turrón de chocolate imaginando cabalgatas propias. Construyen ellos su universo de colores, y nos dan otra lección de resistencia, entre las muchas que ya nos han dado este año. Por pintar un poco de positividad en el horizonte, les diría que prefiero recordar el año que acabó como una oportunidad de aprendizaje intensivo en el que se nos ha obligado a mirarnos dentro y respirarnos. Habrá quien pase de puntillas, también, como por una vida entera, por este tiempo, sin apenas recibir el mensaje ni entender la moraleja. Es más sano no borrar días, ni meses, ni años del camino. Por eso no comparto los cientos de memes beligerantes que en los días previos al treinta y uno me han colapsado el móvil. El odio al 2020 y todo lo que representa. Y sonreír, a toda costa, como si el 2021 fuera la panacea porque hemos sobrevivido a lo peor. No sé si será Jauja. Pero las heridas necesitan tiempo para cicatrizar. También las del alma, esos agujeros sangrantes sin puntos de sutura que sirvan para nada. Los Reyes quizás hayan traído fuerza y optimismo, pero es como juego desmontable que hay que ir montando poco a poco, con paciencia infinita y aceptando que es necesario transitar por lo amargo, aceptarla y cerrar capítulo. Es la única forma de curarnos.

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