Me hice ilusiones. Lo reconozco. Vi una silla eléctrica en el Falla y me dije: ¡al fin!, al fin una silla para ajusticiar a pecadores, a carnavaleros vagos, vividores de cualquier pelaje con ínfulas de artistas. Pero nada, también era de foame. Una embuste más de esta clase bajuna y traicionera. Lo peor de todo es que el Carnaval se expande por la urbe como un virus chino. Lo mismo llegan de Sevilla que de Cantabria. Que digo yo que con estos adelantos y tantas vacunas de ARN mensajero quizá hay algún científico majareta que quiera amancebarse con esta doña y hacerme ese pequeño favorcillo de nada: crear una vacuna que con una simple dosis, como la Janssen esa, elimine el virus de esta fiesta de zátrapas. Qué digo yo que no será tan difícil. Si está controlándose la epidemia de coronavirus cómo no se va a poder con la carnavalitis aguda.

Lo que sí me dio la chirigota del calambre es una idea para el futuro inmediato. Voy a entablar conversaciones con la Clínica de San Rafael para que en una de sus plantas abra un corredor de la muerte donde condenar a aquellos carnavaleros irreductibles e incorregibles, esos que prefieren abandonar la santa institución de la familia para largarse cada noche a pegar berridos en cualquier tugurio de mala muerte. Creo que sería una buena idea que la sociedad en general debiera agradecerme. Cuantos más villanos de esta calaña quitemos de nuestras calles mejor. Ay qué desperdicio de silla eléctrica.

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