“Mi tierra, señor caballero" —respondió el preguntado— "no la sé, ni para dónde camino, tampoco”.

Es la repuesta que un muchacho, Pedro del Rincón da a otro, Diego Cortado, algo menor que él cuando se encuentran sesteando en un cobertizo. Los dos están solos y hacen un intento de querer conocerse. Preguntan. Reservan sus respuestas con desconfianza... Cervantes más tarde los hará amigos universales y consentirá en que sean llamados Rinconete y Cortadillo.

Ante frases como esas, de aparente simplicidad y tan llenas de contenido, nadie puede dudar de la genialidad de don Miguel. Llevo el día leyendo, releyendo y subrayando frases de ese libro chiquito que acabo de comprarme. A pesar de las dificultades de su castellano del XVII, me deja pasmada. No cabe duda de la capacidad creadora de su autor. Cuánto tengo que recordar. Cuánto más que aprender.

Influenciada por la fecha del Día del Libro, que coincidirá con el sábado en que salga este artículo, siento necesidad de mostrar mi respeto a los autores del pasado. Hablo de literatura, no quiero hacer juicios sobre sus vidas porque no estuve allí ni entiendo que otros lo hagan con tanta seguridad. Es fácil especular con los que ya no pueden defenderse.

Hablo simplemente del oficio de escritor. Nuestro reconocimiento a los que, desconociendo el éxito, continuaron escribiendo. A los que fueron soldados y al que quedó manco. A los que escribieron desde las celdas. A tantos que fueron exiliados, encarcelados o fusilados. A los pastores poetas. A las mujeres que nunca les permitieron publicar con su nombre. Nuestro respeto a la calidad literaria, por encima de las modas del momento.

Hoy es un buen momento para releer autores de reconocimiento universal. Busquemos en nuestras casas. En las Bibliotecas de la ciudad. Nos atenderán muy bien. Necesitamos impregnarnos de esa cultura olvidada. Solo aprendiendo del pasado — dicen los historiadores—, no repetiremos sus errores.

Tengamos en cuenta que conocer qué pasó, o entender por qué pasó algo en un momento determinado no significa tener que estar de acuerdo con ello.

Que no digamos como Rinconete: —“Mi tierra no la sé, ni para dónde camino, tampoco”.

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