A lo largo del tiempo, si se tiene memoria, y sin culpar a ningún partido político, la Isla fue y ya no va siendo algo infinito en su inanidad. Murió el Premio Internacional de Novela Luis Berenguer, el premio de Poesía para Poetas Andaluces, el Salón de Otoño, el de Primavera, las ferias del libro con múltiples invitados... Y hablando de novela y Berenguer, recuerdo el fallo de la convocatoria del II premio, con María Elena Martínez Rodríguez de Lema, en Cultura -si María Elena volviera, yo sería su escudero, que buena gestora, fuera-, cuando en Bahía Sur lo ganase Alfredo Quintana Zamora con Tierra Firme. Es una novela que empieza con la muerte. El protagonista, muerto, llega al más allá y tiene que descubrir las cosas que mantienen distintas coordenadas y relieves, señalándolas con el dedo, muy realismo mágico, es verdad.
Eso de ser un fantasma isleño le viene bien a la muerte. Tamatea, la última novela del inmortal novelista Berenguer, es la aparición de una muerta en el chalé de Cayetano, que si existió o no existió ultraterrenalmente, son las pruebas físicas de unas cartas reales, lo que confunde al comisario sobremanera. En una acción lineal, el autor juega con el tiempo "por medio de un verbalismo poemático".
Es el tiempo de la muerte, muerte que está en Marea Escorada, en Leña Verde, también, transustanciadas en tiempo, en Sotavento y en Catalina virgen. Tamatea premonitoriamente es un anticipo de la muerte de Cayetano. Ven pureza, ven alma, siéntate en tu trono. La literatura seria ha desaparecido, los estilos también. La poesía es prosa vertical. Cuando Berenguer se torturaba con los estilos y el lirismo, no vio el devenir de los cien mil hijos sin san Luis, como aventurase también Cela. El mundo rueda, pese a todo, y los poetas del licenciado Burguillos-¿cuatro mil, cuatrocientos mil?, viven felices y confiados porque la mentira está bien retribuida.
Claro, no todo va a ser Cadmo y Harmonía, Dafnis y Cloe, Grifé y Escoda…Los personajes mueren en el tiempo para que la novela pueda existir, la muerte en literatura es tan aleatoria como la natural. Los personajes mueren con derechos de autor, como Argiles, notario muerto en la hoguera por pecados de atrás (sotavento) o Enriqueta Pavía, que murió gorda y la hicieron jabón. (sotavento también)
La muerte es el sinsentido de la espiritualidad, decíale a José Acosta, presidente de Las Montañas, a Carlos Villarroel y Villarejo, inventor de inmortalidades -esa es otra historia-, cuando le diera por la reivinditontología, la ablutofobia y la conquiliología. Pero era croyo por lo que pudiera morir de calentón maroto…
Ah, literatura, literatura, ¿por do vas?
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